AQUEL BAILE NOCTURNO DE ÁGUEDAS.

En una noche cálida,
dónde aquella luna blanca,
iluminaba el cielo negruzco,
teniendo una cálida soledad,
lleno de incongruentes dudas,
con olor a chocolate,
con un sabor a zarzamoras.

A una esquina de aquel salón
de color marrón
observo a una hermosa dama
de piel caucásica,
unos ojos verdes,
color dorado

Luego te pido amablemente
ya veo que no quieres danzar conmigo
ya que tienes tu corazón resignado,
tu alma ausente,
con olor a frambuesa
y hacéis muy bien.

¡Si hasta ahora
no hice más que pisaros, si hasta ahora
no moví al aire espeso
vuestro estos pies cojos!

Tú siempre tan bailón, corazón mío.
¡Métete en fiesta; pronto,
antes de que te quedes sin pareja!

¡Hoy no hay escuela! ¡Al río,
a lavarse primero suavemente,
que hay que estar limpios
cuando llegue la hora!

Ya están ahí, ya vienen
por el raíl metálico
con sol de la esperanza
hombres de todo el mundo!

Ya se ponen
a dar una inhóspita fe
de su excesivo empleo
que no llena su eufórica alegría.

¿Quién no esperó la fiesta?
¿Quién los días del año
no los pasó guardando
bien la ropa,
cuánto refajo de lanilla, cuánto

Cuánto manteo,
cuánta media blanca,
cuánto refajo de lanilla, cuánto
corto calzón morado.

¡Bien a lo vivo,
Como esa moza
se pone su pañuelo,
poned el alma así, bien a lo vivo!

Echo de menos ahora
aquellos tiempos oxidados
en los que a sus fiestas
se unía el hombre violento
como el suero al queso.

Entonces sí que daban
su vida al sol, su aliento al aire, entonces
sí que eran encarnados en la tierra.

Para qué recordar.
Estoy en medio
de la fiesta y ya casi
cuaja la noche pronta de febrero,
y aún sin bailar: yo solo.

¡Venid, bailad conmigo,
que ya puedo arrimar la cintura
bien, que puedo mover los pasos agudos
a vuestro aire hermoso!

¡Águedas, aguedicas,
decidles que me dejen
bailar con ellos, que yo soy del pueblo,
soy un vecino más, decid a todos
que he esperado este día
toda la vida! Oídlo.

Óyeme tú dama preciosa,
que ahora pasas al lado mío y un momento,
sin darte cuenta, miras a lo alto
y a tu corazón baja
el baile eterno de Águedas del mundo,
óyeme tú, que sabes
cuando se acaba
que se encuentra la épica fiesta,
no la puedes guardar
en aquella casa polvorienta
como un limpio apero,
y se te va, y ya nunca...
tú, que pisas la tierra
y aprietas tu pareja,
danzas suavemente
cómo el caminar dulce
de un flamenco rosado,
y debes bailar cómo sino existieras mañana.