YO QUE HE NEVADO TANTO

poema de KOKOKAR

YO QUE HE NEVADO TANTO

No tenemos donde dormir,
Sin embargo,
No hay cansancio,
Nos hemos quedado sin sueños…
Fuimos estafados con el cuento
Del terreno propio,
Sentí que no iba a vivir,
Se llevó todo lo que mi hijo
Tenía listo para el colegio,
Todo, todo se lo llevó el huayco
Devastador…

Ellos claman,
Pero nadie les pone atención…

No tengo donde dormir,
Mis esperanzas han sido sepultadas
Por el Rímac,
Mi rodilla me duele,
No hay medicina…
A Machín lo hemos rescatado del deslave,
Cabezón quedó atrapado
Atado a un poste de la casa,
y casi se lo lleva
El río hablador…
Ambos son habladores,
Porque el otro es Chillón.
Son nuestras mascotas amorosas
Porque no sólo de seres humanos
Viven las rosas.

Ellos claman,
Pero nadie les pone atención…

Me resisto a abandonar mi casita
Porque es todo lo que tengo,
Si salgo de aquí
Adonde iré
Dios mío,
Yo soy un mal menor,
Adonde iré...
Hasta el rescatista
De Morales Duárez
Acabó siendo presa
De la furia de la naturaleza.
Oh, Dios,
Yo que he nevado tanto,
Para que duermas…

Mi madre me hablaba de un huayco pasado.
Las historias las tejía como una de esas chompas
que nos cubría en los inviernos.

Aquella tragedia no tenía un registro
en la memoria del pueblo,
parecía que todo lo iban olvidando.
Y los niños construían figuras
con el barro de las orillas del río.
Ellos claman,
Pero nadie les pone atención…

Nuestra madre nos hizo de aquel barro caudaloso,
De aquellos pelícanos que circundaban
La vieja Lima
y nos dejaba volar a la aventura
tantas veces ingenua
como todo niño.

¿Qué diría ella, ahora
que me encuentro lejos de lo lejos
y he perdido lo ingenuo?

Mi madre me llevaba a la plaza.
Yo lloraba y lloraba.
Pero ella me hacía jugar con los niños
que no lloraban.

Una tarde me extravié en el mercado central.
Los carretilleros atravesaban mi existencia
Bajo los acordes de un tema de los campesinos.
Terminé entre los mendigos.

Anduve a punto de salirme de mi cuerpo
Hasta que alcancé a oír la voz de mi adorada madre.
Me tomó de la mano. Y rumbo a casa,
entendí que ante la luz del mundo
no había nada que temer.

Ellos claman,
Pero nadie les pone atención…

Vamos a la sombra, decía,
A la luz del imponente sol,
O si no, de noche, tomemos aire.
El tiempo por venir ya estaba decretado
Y la casa se hundía mientras el río crecía.

Pasaron años.
Muchas inundaciones testimoniamos desde la azotea.

Madre, déjame ver la caída de los deslaves, le decía.
Si vas, hijo, se caerá la casa en un segundo.
Madre, si no voy igual se caerá.
Pero si vas, irás para no volver.

Mi progenitora lloró como una Magdalena
Por cada corazón perdido
un rosario entero.

El pasado se convirtió en presente.
Los niños que no lloraban no quisieron jugar más
Tiempo después ya no hubo niños
Ni patios, ni casas, ni orillas.

Mi madre me buscaba desde la azotea.
El mundanal ruido del feroz río
Me impedía oír su dulce voz.

Extravié su voz.
Extravié el camino.

Por eso, hoy, parafraseo este poema.
Yo que he nevado tanto,
Para que duermas…

Escrito por Jorge Carrión Rubio a los veintidós días del mes de marzo de dos mil veintidós.