Madeleine

MADELEINE

– Sí señor, apenas me bañe le hago el mandado–
mientras la espuma del jabón recorría su cuerpo
y tratando quizás de extinguir el voraz incendio,
ya que apretaba insistente aquel verano pesado.

Se acercaba esa hora ansiada, la cita primera;
ya hecho el mandado y el vuelto descompleto,
y mientras lo cantaleteaba el ya cansado viejo
él, abría espacio en la alforja para una moneda.

Un overol desgastado sobre aquellas rodillas
y su fosforescente camiseta made in Medellin;
listo para ese encuentro que se asoma por fin
mientras que se untaba el cabello de pomadita.

Sus zapatos ya vencidos de rozar el pavimento
semejantes a espejos, bien pulidos y brillantes.
Casi no tocaba el suelo, o tal vez pisaba el aire
cuando presuroso iba a su anhelado encuentro.

Un enorme portón rojo que marcaba su llegada
y un letrero algo discreto que decía “Las Ninfas”,
sin saberlo era seguido por su muy amiga Nina.
A él le abrían la puerta, de Nina salían lágrimas.

“Pero, sigue muchachón” exclamó Doña Luisa.
Chasqueaba sus dientes, pómulos temblorosos
y en sus pantalones despuntaba aquel coloso
que se hacía evidente como el nervio en su risa.

¿Quién quieres que te atienda? le pregunto ella,
mientras casi balbuceando respondió: Madeleine;
la que siempre lleva en su pelo un brillante peine;
la de piel fina y mirar distante, de elevada estrella.

– Es el número dos el correspondiente a tu pieza,
pero relájate un momento, que yo iré por un ron,
pues ya casito acaba el turno del negro Salomón;
ven, termina de entrar que esto apenas comienza–

Al cabo de unos minutos se escuchó aquella voz
“ya terminó Salomón, ven que es tu turno Alirio”.
Mientras en su overol se hacía evidente el delirio
de ser él la ardiente abeja y Madeleine la fina flor.

abrió la puerta, creyó ver el cielo, allí estaba ella;
un sofoco en su pecho que avivaba el incendio
lo consumía por completo y se entregó al deseo,
se dio en armas y cuerpo en medio de la guerra.

Fue ella cual maestra y él su alumno más atento.
Se fueron aquellos nervios e hizo su efecto el ron,
ella entregaba su cuerpo, hacía de él su pizarrón,
mientras él marcaba sus bordes con tiza de fuego.

– ¡Acaba pronto Alirio! – Interrumpió así aquella frase.
Dañando el fantástico momento, matando la magia
– Busca rápido en tu alforja y entrégame ya la paga–
Aún tenía en él su fuego, y quemó su propia carne.

Su rostro, ahora abandonado de aquel mirar distante
y aquella elevada estrella se hizo fugas, desorbitada;
su cuerpo ahora con marcas de una lista comentada
por cada huella, cada rastro que le dejan sus clientes.

Salió Alirio presuroso, tocando con sus pies el suelo.
Dijo entonces Doña Luisa: ¿por qué la prisa mocoso?
Él con ausencia de sonrisas y sin aquel bulto coloso
–Merece usted respeto, pero a Madeleine no puedo…–

Escuchó las frases Nina escondida entre las ramas
y secando ya sus lágrimas brotó en su rostro alegría,
mientras Doña Luisa quedaba más que confundida
y Nina se echó a correr detrás del joven que amaba.

Esperó que Alirio entrara en casa del cansado abuelo,
y se dispuso limpiar bien su cara con un suave paño.
Preguntó al abuelo por él y dijo: Alirio está en el baño,
vi que llevaba en las manos un jabón y crema de pelo.

Lo esperó paciente mientras se miraba en el espejo,
sacó de los bolsillos de su vestido un peine morado
y ató a el peine su cabello, todo hacia el mismo lado,
mientras su vientre era lleno por las mieles del deseo.

Ya estando poseída por la más la irreprensible tentación
dirigía sus ojos hacia el baño con la puerta entreabierta
y empujada por el impulso decidió asomarse, dispuesta
a entregarle su amor a Alirio, el rey y dueño de su pasión.

Alirio quedó sorprendido de ver como Nina lo había visto
comenzó a sonrojarse mientras aquel deseo lo abordaba;
ella jugaba con sus dedos como buscando lo algo perdido,
y las ganas de Alirio con fuego ardiente a ella apuntaban.

Se decidió Nina extasiada entregarse a aquellas llamas
y darse completamente a la voluntad de su amado Alirio,
y despojando a su cabello de aquel peine de sus delirios
conoció el mar un pasión y comenzó a ahogar sus ansias.

San Miguel de las Palmas de Tamalameque.
Febrero del 2013.