En la bruma del amanecer

En la bruma suave de un amanecer,
donde los susurros danzan en el aire,
el amor se dibuja, sutil y placentero,
como un sueño fugaz en un mundo de mares.

Vuelve a brotar en la piel el deseo,
bajo cielos de estrellas que titilan sin final,
sus ojos, dos faros que iluminan el vuelo,
y las manos se buscan, unidas en ritual.

Mas, la niebla densa que envuelve el corazón
comienza a desvanecerse, a perderse en la bruma,
cuando el primer rayo de luz, con su cruel razón,
penetrando en el alma, desnudando la espuma.

Las promesas bailan como hojas en otoño,
se desvanecen lentas en el viento voraz,
y los ecos de risas, cual frágil diseño,
se ocultan en sombras, se alejan en paz.

Así el amor suele ser, un juego etéreo,
una danza de luces que en la noche brilla,
pero al roce del día, su halo es un misterio,
y se funde en la nada, como hoja en la orilla.

Sin embargo, en su tenue y sutil presentación,
hay belleza en el fuego que a veces abrasa,
como niebla que quema, dejando en el corazón
un eco de vida, una simple esperanza.

Por eso, aunque el amor se consuma en la altura,
nos deja un suspiro, una huella en la piel,
y aunque queme su fuego, su dulce locura,
nos enseña a amar, aunque duela también.