Artificios balsámicos

poema de De Pando

En ciertas ocasiones, cuando mis heridas
florecen hasta esbozar el pánico,
ojeo un libro sin ningún rigor empírico
sobre recetas para el alma,
con la intención de hacer un bálsamo
sobre el que depositar mis esperanzas.

Los ingredientes son un racimo
de caprichos sin justificante,
sin orden ni aval.

Comienzo este artificio arrancando
las costillas de un cerezo
que dormía sobre la fragilidad de un lamento.

Lo acompaño con una espiga desaliñada
fruto de la inflorescencia y el silencio.

Con sutileza, robo un trébol de segunda mano
de alguien que lo necesitaba menos,
(eso le dije al policía)
para esparcirlo a voluntad propia.

A la mezcla añado la miseria
de un cráter sin nombre
y el afinar de unas olas sin público.

Poco a poco, voy amasando
con deseo y parsimonia
estos confusos ingredientes.

Ahora asciendo por un momento
para atrapar la pluma de un albatros
que conoce lo que hay tras el mar,
y en la caída, aprovecho para coger
un pellizco de nube que me hacía falta
para endulzar la sangre.

Para que las heridas griten menos
y canten más,
añado una cuerda de guitarra con arañazos
y opio de importación
acompañado del latido
de un viento de levante
y un abrazo de poniente.

Para acabar esta sospechosa lista,
tengo que adicionar un pétalo
de una buganvilla irreverente
con la que teñir el llanto surgido,
y los restos de un poema dedicado
y sin oídos que lo comprendan.

Y a modo de cierre,
una vez he reunido cada insólito ingrediente,
riego todo de agua marina
con la salinidad justa de una lágrima
para conseguir cicatrizar el dolor,
y poder hacer de este bálsamo sin fundamentos,
un consuelo preventivo.