El mercader

de la ría de averno viene un corso
echando flores como cardos al desierto
donde acechan las abejas grises
en el mar de arenas que se cambian por momentos
el corso es un mercader que desperdiga el oro
y las mercancías compradas, pedazos de aire caliente
después de bañarse en un Styx contaminado
no sabe ya medir valores de cambio
se apresura a vaciar los cuencos
y caen sobre él las moscas hambrientas
soban sus vientres en el latón, y vuelan,
el corso no sabe retenerlas,
ni la pulpa en sus brazos las deleita
y eso que endulzan el aire, expuestas,
no sabe que arrastra un olor a infierno
que anula el poder del zumo puesto
vende platones, sedas, encajes
pero quiere enajenar sus manos,
quiere verlas, desde otro cuerpo, saludando
peinando al desierto, con dedos agarrotados
o acariciando formas blandas
él mismo no podría alcanzarlas
ni vender un alma, para comprarlas
corso adherido a una mala cabeza
cuerpo de corso, entonces,
vendido a los tábanos por aire fresco