SUBCONSCIENTE

poema de ivanambres

Me he despertado un poco extraño,
las sábanas amontonadas a un lado,
el sudor a borbotones dibuja un empaño,
un desequilibrio familiar recorre mi cabeza,
mi lucero mental se retrae tacaño,
los nervios saltan de mi cuerpo,
la ansiedad hiperactiva se adelanta con ensaño,
y más rápido de lo que recuerdo
el frio me invade y tiemblo sin redaño.

Las praderas florecían,
el aire moteado manchaba el horizonte,
los sonidos eran inocuos, transparentes,
eran torrenciales y violentos,
eran todo y nada,
no lo comprendo ahora despierto.

La sabana cubría las praderas a veces,
los árboles viejos y secos se mecían con el viento líquido,
los oscuros colores de la hierba marchitada y tundente,
la tierra agrietada y sedienta,
el sol viejo y pendiente,
la luna asomándose con cautela,
todo aparecía y desaparecía con una premura ferviente.

Una ventisca helaba el horizonte interminable,
interminablemente oscuro y eterno,
los copos eran exactos solo en forma,
en color eran un arcoíris de invierno,
eran del azul y morado escarchado,
eran del rojo y naranja inferno,
eran del blanco y negro de mi ajedrez querido.
Las nubes se descargaban de rayo a rayo más superno,
enfadado Júpiter se arremolinaba sobre mi cabeza,
los picos se desprendían de las montañas lejanas sin gobierno,
el trueno inundaba la estancia,
todo aparecía y desaparecía sempiterno.

Entre paisajes algo poco recordable se veía,
entes uniformes me contemplaban,
yo los contemplaba igualmente,
aparecían junto al terremoto de lienzos,
desaparecían con él.
Parecían acercarse,
parecían decirme algo,
parecían tristes pero alegres,
iracundos pero serenos,
estaban maldiciendo al viento,
estaban llorando,
estaban riendo,
estaban temblando,
estaban y no estaban,
no lo comprendo ahora despierto.

Su mirada como una sagita,
su mirada flecha en mi corazón,
su mirada atravesando mi existencia misma,
miraban más allá,
mi cuerpo reaccionó a la presencia escondida,
mi piel se erizó,
temblaba, sudaba gota a gota fría,
extrañamente lloraba,
lloraba pero por un miedo sin salida,
un miedo inentendible,
frio, oscuro habitante de la estancia más vacía,
desde lo más profundo,
algo me asustaba mientras caía y caía,
una sombra se sentía desde la superficie,
tan honda y negra en su poza ruina,
tan triste y mortal,
tan horrenda, tan indeseable, tan mía.

Estancos los entes ahora simples, cristalinos,
yo no estaba allí para ellos,
no me veían sus ojos anodinos,
nunca les había importado,
nunca habían entonado junto a mis latidos mortecinos,
miraban a mi espalda,
miraban un horror indescriptible con tintes ladinos,
miraban eso,
eso de lo que todos huimos en sentires mohínos,
eso que nos persigue y acecha por las noches,
esos ojos sibilinos,
esas garras,
esos dientes en esa sonrisa en esa penumbra de deseos porcinos.

No podía más,
necesitaba verlo,
necesitaba ponerle significado, forma,
necesitaba ponerle un alma, una conciencia, un ser.

Me desperté, escudriñaba un motivo esquivo,
¿qué me despertó? Pensaba sin esperanza,
el tiempo borra esta noche extraña y todo lo visto,
sin saber si era un sueño o una pesadilla,
con los ojos abiertos la sensación desaparece en el vacío,
se marchita entre mis lamentos,
necesito recordarlo, tenerlo en este escrito,
pincelarlo, preguntarme,
¿Qué demonios era eso desconocido?
Esos seres, esos paisajes, ese ser.
Cuanto más escribo más queda este recuerdo herido,
cuanto más busco menos encuentro,
cuanto más indago menos claro está lo ahora sombrío.

Todo desaparece y mis inquietudes se despiden,
sin preocupación de una forma tan natural,
de una forma tan pasajera,
de una forma tan rápida.

Vuelvo a mi realidad,
vuelvo a la calma,
vuelvo y sonrío sin curiosidad,
la rutina barre mis preocupaciones,
mis dudas, mis sospechas emigran sin oportunidad,
todo cauce vuelve,
toda duda se duerme sin piedad,
todos caminamos entre estas paredes tan estrechas,
este mundo, esta sociedad descarada que barre nuestra identidad.