No puedo cerrar los ojos.

No puedo cerrar los ojos
sin dibujar su mirada,
sin repasar la sucesión de momentos que pasan desde su risa hasta su llanto.
Ni aún entre toxinas se borra lo vivido.
Todo es terca podredumbre,
eco de un pasado que imperfecto desató lo más perfecto que he podido vivir.

Tanto amé a Valeria,
que fui olvidando la vida,
esa que se esconde en los amigos,
en las manos de mi madre,
la que gotea por mi guitarra,
por la sombra de mis letras;
pues nada hacía falta,
la música estaba entre sus labios, incluso si dormía, con algo de atención,
escuchabas un canto de sirena enfrascado en su latido.
No había más poesía que sus puños penetrando mi maldito pecho, siempre dispuesto a sufrir.

Tanto amé a Valeria.
Mis ojos le piden a mi corazón que pare.
Mis alas saben que fue lo mejor...
Y este escozor persiste como daga en el costado,
como el zumbar en un panal de abejas.

Tanto la extraño,
que mis pies están sangrando de buscar alternativas que me hagan olvidarla,
que se me ha nevado el alma buscando su olor,
y ahora soy el perro ciego y sin olfato
que por un momento se ubicó en un paraíso...
Pero paraíso solo para mí...

Siempre solo para mí.

Ahora Valeria es mucho más libre, ahora es ella misma y su corazón baila al son de carnavales, bajo el ritmo de Baco.

Tanto amé a Valeria, que perdí el rostro de mi felicidad
apostando por la suya.

Y ahora no la encuentro
y tampoco ya lo busco,
solo espero a que el olvido
me dé asiento entre sus brazos de vapor.