La Boda

poema de Antonio Liz

Aquel bouquet de flores, aquel dedicado a la solterona adecuada para un hombre, víctima y dichosa, le llaman a la prestigiosa. Que se presente aquel pétalo intacto, aquel que sugiere el destino soñado. El paso lento de la novia se puede admirar, fotos con ritmo de semáforo, mesa por mesa, parada por aquí y por allá. 

Su sonrisa es adecuada, la mayor envidia deseada, linda, coqueta, bella, hermosa, la chispa que hierven a las peligrosas. Novio inspirado, talvez deprimido, expresión nula, me hace feliz o me ahorca.

Mientras los buitres con corbatas definen la mejor hembra, ellas pronostican aquel de buena labia, y él arrancando que no progresa. Telas y telas engañosas, modales impertinentes, que le quitan el disfraz a aquel brillo del zapato. La gala es grandiosa, las damas entran con toda pulsa glamorosa, piel imprudente, que refleja el valor de aquella joya con alergia persistente. 

Las correas de los caballeros sacrifican su calidad, amarrando el barril consumidor, para sacar de dudas si acaso es cuero o poliéster. Tango y bolero colorido, tambaleo de acto rango, trae el embriagado musiquito, aquel ejemplo de arte, que no necesita música para su cuerpo parlante. 

 

Entre anillos, firma y el gran beso, llega a la realidad la sentencia de ambos cuerpos. Reunidos por la propaganda de la felicidad y el amor, practican aquel sueño infinito de la unión. La preferencia es única, aquella de alma y corazón, la dolorosa realidad que se siente y se rompe. 

Marido y Mujer proclama el papel, aplausos para la pareja ideal, brindis para los novios, la expectativa de una familia, y las repetidas frases de “Dulce hogar” “Dulce hogar”. Mientras la boda se encuentra en el lugar adecuado, el timón de sus vidas es más inestable,  que el mismo embriagado