Un café de medianoche

Me acuesto con una opresión de decepción en el pecho. El temor, la sensación de una leve y misteriosa traición. Entonces me recargo la taza de café sobre mi corazón, porque así duele menos, pero persiste el titubeo, el temblor.
La pregunta constante, ¿por qué no fui yo?
Por qué no puedo tocarte alguna vez sin el peso de la culpa. La culpa por sentirme usurpadora de tierra ajena.
La culpa por sentir un poco más de la cuenta en un desliz inesperado cada dos por tres.
La culpa por acercarme tanto y no preguntar si era la única.
Ojalá alguna vez, pueda tocarte sin culpa.
Ojalá alguna vez compartamos un café cuando tengamos dudas.
Sí, sé que somos distintos y que prefieres el té.
Pero es que cada tanto me sigo preguntando, ¿por qué no fui yo con quien quisieras intentarlo?