Es dorado

Cariño, no conozco la calma.
Mi vida ha sido un interminable vaivén de decepciones. A mis quince años me quité mi vestido rosa y me subí a mis tacones.
Pero él vio a través de mi, descubrió mi disfraz y me tachó de niña. Justo cuando yo más quería ser mujer.
Y ahí anduve, dando tumbos por los bares, sonriendo a desconocidos y ofendiéndome por mordidas casuales.
Mientras ese estúpido me gritaba de la vereda del frente: “estás atrapada”, al tiempo que yo caminaba indignada. Me negaba a aceptar la verdad y cegada como estaba, volvía a caer en manos mezquinas, buscando olvidar, buscando olvidarlo.
Pero era verdad, estaba atrapada.
Atascada para siempre en un amor intenso, no correspondido y adictivo. Una droga que me cansé de evadir, me agotó resistirme.
Así que me rendí y acepte que el amor era así, difícil, angustiante, distante.
Me subí a un elevador, hasta el piso número cinco, para olvidar noche tras noche mi soledad, pero en el fondo nunca había paz.
Me miraba desde arriba y me veía perdida, recorriendo puertas que nunca me fueron abiertas.
Yo, una niña con disfraz de chica resuelta, corrida del lugar después de ser la entretención.
Entonces me pregunto qué será esta sensación.
¿Esto es sentir paz?
Y si esto es paz, ¿cómo pude vivir tanto tiempo sin ella?
¿Cómo sobreviví tantas noches en vela?
Si esto es amor, no sé cómo vivirlo, porque no es rojo intenso, es dorado como el sol, es tranquilo como el cielo al medio día.
Amor, eres tú, la paz que nunca busqué.
Dios, ni sabía que existía.
Y es un milagro que existas.