Amarse duele

Hubo una vez, tres horas al sur en una ciudad añeja, que una chica visitó a su amigo. Uno de esos que son más que amistosos. Algo así como amor, pero en proceso.
Ella cruzó la puerta de su departamento y vio la cara de sorpresa de su compañero de piso. Él no sabía de su existencia ni de su visita. Vio en sus ojos que no podía creerlo.
Ella mantuvo el optimismo hasta que esa noche, su amigo quiso dormir en habitaciones separadas, para que su compañero de piso no supiera lo que tenían. Que siguiera pensando que eran solo amigos. Una estupidez monumental considerando que se notaba a leguas que no lo eran.
La chica lloró y lloró. Él la miró pasmado, sin saber qué hacer. Lo único que se le ocurrió fue besarla y besarla, pero en silencio, no fuera a ser que su compañero los escuchara.
Al otro día la chica se fue, pero él no la dejó marcharse sin decirle que la amaba.
El sentimiento lo superó, no pudo con tanto y meses más tarde huyó cual cobarde.
Años más tarde la chica en cuestión solo pide dos cosas:
Que la amen más, que la deseen menos.
Y que cuando vean más allá de su piel, sean lo suficientemente valientes para no espantarse con tanto.
Porque ella sabe que es mucho y que él fue muy poco.
Por eso no se sorprendan si se acercan y ella se aleja, pues si ve en sus ojos deseo, temerá que no lleguen a amarla.
Y si la aman, temerá que la dejen vacía otra vez.