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poema de Cienfuegos

Me prohibí pensarte. Encarcele tu luz en lo más profundo de mi alma, y, aun así, cada cierto tiempo te visitaba, como quien vuelve a avivar una fogata en cenizas. Te preguntaba por qué.
¿Por qué me llamas? ¿Por qué me llenas de vida? ¿Por qué tus cálidos rayos se dirigen a mí? ¿Por qué, si nunca he escuchado el sonido de tu voz?
Busqué desesperadamente la luz de un faro en medio de mi matrimonio a la deriva, perdido en el mar de la distancia. Nuestras rutas, poco a poco, nos alejaron, y la mía comenzó a llevarme hacia ti. Escribí océanos de palabras nunca enviadas, mensajes que nunca salieron, botellas que rompí antes de lanzarlas desde mi playa.
Me negué a hablarte. No podía. No podía imaginar siquiera qué sería de mí si las palabras que ahogué en mi abismo salieran a flote. Temía deshacerme en tu luz, temía que mi barco naufragara contra las rocas de tu canto. Si no podía decirlo todo, preferí callar..
Un sentimiento tan profundo no merece menos que todo, y yo no podía ofrecerle nada. Pero, poco a poco, mi alma comenzó a dejar abierta la puerta de tu celda. Te veía entibiar con tus rayos las costas de mi ser, de una punta a la otra de mi playa desierta, y yo siempre regresaba para contemplar tu atardecer.
Entonces, empecé a vivir de las imágenes que subías. Los vientos de tu sonrisa, antes lejanos, comenzaron a soplar con más fuerza, y los oleajes de mi alma volvieron a impacientarse. Comencé a preparar mi embarcación, necesitaba navegar a tu ocaso, para escuchar tu voz aunque sea 1 sola vez en esta vida.