El emigrante

Dejaste tus silentes páramos en busca de estrellas de sangre verde
tus pies se volvieron de plomo en absurdas y moribundas fronteras
miraste con terror las pupilas de la vieja y cruenta guadaña
y navegaste en oscuros trenes con olor a desolación
Empacaste tus ataviadas esperanzas en una mochila negra
y llegaron siendo harapos a las barbas del popocatépetl
Mientras los ecos de las carcajadas de tus niños, horadaban sin clemencia,
los piececitos de la párvula nostalgia que empezaba a retozar.
Te adentraste en charcos creyendo que eran omnipotentes mares
y aprendiste con prontitud el “yes sir” agachando la cabeza.
Dejaste tendida más de una tesonera lágrima en el central park
Y llegaste a odiar los domingos de rutinaria y gélida resignación.
El viento con aroma a concreto asfixiaba las entrañas de tus famélicas sonrisas
Mientras el ruido de aquel consanguíneo arroyo inundaba tus desvelos
La voz de tu madre parecía agonizar en tu memoria, primero cada semana,
Después cada mes y después cada año… ¿Cómo era el rostro de tu mamá?
Vaciaste tus bolsillos otrora llenos de inmaculados sueños y los llenaste
con manojos de putrefactos consuelos de anglosajones nombres que ni sabes pronunciar.
La soledad ganó unas libras a tu lado, y se arropa todas las noches,
con tu misma sábana compuesta por hilachas de sollozos.
Mueres a cada paso, en cada esquina, en la cantera, en el Macdonalds
En el Wallmart, en el seven y eleven y en cada “How much”…
Sin embargo tus fariseas postales exudan en cada verso el american dream.
Escuchas agazapado, el eco de los pasos de tus hijos, a tambor batiente,
Tan cerca, tan lejos… tan cerca…y tan distantes.