Dulce señorita

Sarita, dulce Sarita,
tan tierna, acostada.
Con esperanza sempiterna,
le susurras, deseos a tu almohada.

Siempre fuiste soñadora,
de alma impoluta, feliz y alegre.

Bella imagen que en mi mente mantendré.

Pero en mentes que aborreces, habéis quedado,
como lívida depredadora.
Antes la más linda,
hoy jactada la más puta,
después de que encallara, te afectara,
dulce fiebre.

“La fiebre del amor”.

¡Más que culpa tiene la joven e inocente!
Si es joven y bella, y es que es propio de aquella, si de amante tiene naturaleza.
Se dejó perder la cabeza, creyó ser amor, esa tonta enajenación.

Pero, no lo fue,
fue su persuasor,
inteligente e hiriente,
que supo probar las mieles, que solo…
saborean los infieles.

Y es que Sarita, con mente amativa,
eres tan ingenua, que creíste, que tu primer beso,
seria inmortalizado en un verso.
Tan superflua,
con el ensueño de vida de cuento,
que comenzó, irónicamente, con un “no te miento”.
¿Peor que una bofetada?
Sería que quedarás marcada, con el sello de fácil y liviana, todo, por un hablador,
tu cruel castigador, te causó,
dolores, de forma inhumana.
Aquel estúpido y canalla, que no tuvo suficiente palabra,
tenlo por seguro Sarita,
que su justo merecido tendrá.

“Porque hay de aquellos atrevidos,
que se mofan de ensuciar lo pulcro, aquel que su engaño infunde,
se arrepentirá de haber conseguido,
satisfacer sus vorágines ardores.
Idiotas que se jactan de galanes,
De haber sido dueño de mil amores.

Bestias, en realidad patanes,
quedaron en el poco conocido atrofio,
de nunca haber tenido, un poco de amor propio.

Aquellos que hoy de una dama se aprovecharan,
Serán iracundos, que después lo pagaran.

Más hoy abrazo y acaricio, aquella víctima del desquicio,
que creyendo estar enamorada,
fue otra insulsa que fue usada,
hizo del placer, su peor vicio.

Sarita bonita señorita,
deja atrás tus penas,
y ya no busques amoríos, busca hombres de almas buenas, que te traten cual diosa afrodita.
No pidas como único delirio,
un buen hombre que te ame, y que linda relación,
Contigo entable.

Más no te niegues a decidir,
y recuerda,
“piensa y ama a los demás, sin dejar de pensar en ti”.

Llora ahora,
vive tu presente,
deja que cicatrice,
aquella marca indeleble,
de los dientes, de aquellos impacientes.

Impaciencia, y esclavos,
esclavos del deseo,
los tortura su conciencia, hasta caer,
En los brazos de Morfeo.