Mirada al interior del hexágono

Alumnos dispersos en un patio mayúsculo y gris,
el grito serio de un adusto docente rompió el bullicio;
la mañana se descompuso
desde el cielo hasta el último rincón empolvado.

La tarde se inflamó
las balas dejaron orificios en las mentes más leves;
el cruel discurso del educador imperioso e "impoluto",
ladrando como un cínico en un arco ancestral,
resonó en toda la bóveda calcárea de esa caverna llamada mundo:
"Necesitamos ver las sombras de nuestras cabezas",
"necesitamos pensar en lo superfluo",
"necesitamos que la fe se dirija a imágenes de barro",
"necesitamos desperdigar nuestra vida en lo prosaico..."

Musicalidad incierta en cada palabra filtrada como cuchicheo,
las voces neófitas son el manjar más tierno,
pero tales galimatías son una ofensa pasiva,
un murmullo que crece a pesar del trueno singular de la autoridad...

El sol enrojece el firmamento milagroso,
la sentencia penúltima del orador malversador
se funde en el acuoso ritmo de lo aparentemente caótico,
La luz rojiza del horizonte cala la realidad,
y origina otra...

Las voces son más claras ya,
la niñez canta ahora,
la decadencia vestida de buenas maneras, calla...

Los discursos inútiles, hediondos y manipuladores
se desvanecen en el crepúsculo edénico...

La noche comienza ya,
el silencio gobierna el ambiente,
la vida se subordina al claroscuro inspirador...