Señora muerte

Bella, blanca y desesperanzadora,
altanera de miras, vestida de miedo y madre del odio.
Así se presentó la muerte.

-“Mi señora, dama lúgubre vestida con niebla que traes contigo el frío de la vida,
¿Por qué estás molesta con la existencia?”

- “Porque colecciono trofeos vacíos de luz,
y vosotros, crueles reductos de la más tierna maldad,
intentáis huir de mí como un árbol de su sombra.”

Pobre muerte, condenada eternamente
a vencer sin merecerlo.

-“Agacha la cabeza, fría dama,
no serías nada sin el tiempo.”

- “Torpe mortal, confundes tu esperanza con mi simiente,
fui yo quien tejió las horas para hacer crecer las cosas que más tarde reclamaría.
Acompáñame tú también a mi reino,
jamás conocerás un valor más puro de la igualdad, allí donde no importa el tiempo.”

-“Reclamas mi presencia para hundirme en las sombras,
¿acaso es la soledad la que no permite que ceses tu guerra?

-“Maldíceme, vierte sobre mí tu ira,
como el ave que reniega del viento
mientras jura venganza
tras los barrotes de su celda.
Camina junto a mí, cantando y danzando,
risueño y espléndido
como el dulce ángel que descubrió la tiranía de su Dios
y se reveló, cayendo, para salvaros a todos.”

Juré lealtad a su oscuro legado
embarcándome con ella hacia el futuro del pecado,
y, por fin, bebiendo el caldo de cultivo de su esencia
pude ver reflejado en el silencio el secreto de toda existencia: Intranscendencia.