Tú y yo somos cuatro

Cuando nos enamoramos no solo es inevitable
idealizar a la otra persona, sino que además es necesario. (Rafael Aragón)

Siempre te vi igual,
porque fue mi mirada que te creó,
que te modeló a mi deseada imagen,
cuando la ausencia estaba presente
y tu presencia era mi sueño realizado,
mi fantasía selectiva, mi quimera.

La belleza austera y apacible,
el afable y cordial retrato
que sublimé para mí deleite
me unieron a ti, te unieron a mi,
cuando aún no te conocía,
cuando tú ni me conocías.

Pero, vehemente y entusiasta,
nunca me retracté de tu retrato,
sin percibir, a cada nueva pincelada
tu efigie se empoderaba, se fortalecía,
altiva, distante se rebeló, se amotinó,
y creyente se apropió de mi propia utopía.

En nuestra recíproca y lúcida locura,
nos inventamos y nos reinventamos
en esa distante pasión que nos unió,
nos ausentamos de nosotros mismos
para celebrar el anhelado reencuentro
de quienes nunca se reconocieron.

Enardecidos con la apremiada idealización,
buscamos en nuestras cautivas almas,
entre dubios reflejos e inequívocas sospechas,
algo que nos liberase de la mutua reificación,
la angustiante prisión de nuestros deseos
y nos devolviese nuestro fiel retrato.

Pero del sueño no nos pudimos despertar,
entre oscuros miedos, presumibles angustias,
nos acostumbramos a vivir los cuatro,
asumido y sereno autoengaño imperceptible
que idealizó nuestra propia idealización
y nos ausentó de nuestras presencias.