Punto final

poema de Charlie

En una ciudad rodeada de montañas, donde las sombras de los árboles se alargan al caer la tarde y el viento susurra secretos olvidados, vivía una mujer cuyo nombre resonaba con fuerza y misterio. Su apellido, que en su lengua ancestral significaba "cazadora de jabalíes", parecía reflejar cada fibra de su ser: fuerte, decidida, con una presencia tan imponente que nada ni nadie podía permanecer indiferente a su paso. Sin embargo, era más que eso. Había algo en su esencia, en su mirada desafiante, que invitaba al riesgo, a adentrarse en lo desconocido.
Por cuestiones del destino, la conocí lejos de allí, en una ciudad bulliciosa, entre interminables días de trabajo, donde el tiempo parecía diluirse en la monotonía de las reuniones. Pero desde el momento en que cruzamos palabras, algo en su ser me atrapó. Su voz, cálida y profunda, me cautivó de inmediato. Tenía un acento inconfundible, como una melodía extraña y hermosa que me hacía perderme en sus sonidos, como si el resto del mundo dejara de existir. Su nombre, que rara vez lo pronuncié en su forma original, se desdibujaba en mis labios; en lugar de llamarla por su nombre formal, me nacía llamarla de una manera más suave, más cariñosa. Sentía que su ternura era un refugio que deseaba explorar, un rincón del que no quería escapar.
Había algo fascinante en su presencia. Un tatuaje en su brazo, que se extendía como un antiguo símbolo de fortaleza, parecía desafiar al mundo entero, invitándome a no temerle, a atreverme a adentrarme en los misterios que ella guardaba en su alma. Pero lo que realmente me cautivó, lo que se grabó en mi memoria con fuerza, fue su inteligencia y ese lunar cerca de su boca, esa pequeña marca que parecía decir más que mil palabras. No era solo un lunar, sino una huella que me susurraba que lo que compartíamos, aunque breve, era algo puro, algo hermoso. Sus labios, tan cerca de ese lunar, parecían tener un poder especial, un poder que me atraía hacia un mundo en el que solo existíamos nosotros, en el que todo lo que importaba era el ahora. Al principio, no nos atrevíamos a darnos ese beso, pero el deseo siempre estaba allí, acechando en los bordes de nuestra conexión.
Entre las interminables horas de trabajo, compartimos momentos fugaces, risas que se escapaban entre tareas, miradas que se alargaban más de lo habitual. Sin saber cómo, nos comenzamos a escribir, primero con mensajes simples, casi formales, pero pronto, esas palabras se fueron transformando en miradas y mensajes cargados de significado. Un punto, solo un punto, y ya sabíamos que el uno pensaba en el otro. Cada mensaje se convirtió en una promesa, en un lazo invisible que nos mantenía unidos a pesar de la distancia, aunque ambos sabíamos que no podíamos seguir en ese juego sin consecuencias.
No estábamos buscando algo más allá de la amistad. No estábamos buscando amor. Pero la cercanía de nuestros seres, la intensidad de sus miradas, esa complicidad silenciosa que compartíamos, empezó a florecer en algo más grande de lo que habíamos anticipado. Cada día, las sonrisas se alargaban, las palabras se llenaban de matices ocultos, y aunque ambos teníamos nuestras vidas, la atracción era innegable. El temor al riesgo, a lo que podríamos perder, nos envolvía, pero la pasión seguía viva, encendida en el fondo de nuestro ser.
Por razones obvias, nuestros días de descanso tomaron caminos distintos. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en un vacío difícil de llenar. La distancia, esa que alguna vez nos parecía solo una pequeña barrera temporal, empezó a devorarme por dentro. La espera de un reencuentro se convirtió en una necesidad que nublaba mis pensamientos. Cada día que pasaba sin verla era como una espera interminable, una tortura dulce que solo nos mantenía unidos a través de la memoria y de esos pequeños mensajes de texto que intercambiábamos.
Finalmente, llegó esa noche, esa noche que había esperado con ansiedad. La promesa de vernos se había convertido en mi anhelo más profundo. El destino, por fin, nos permitiría cruzar esa línea invisible que habíamos evitado, ese límite que nuestra atracción nos empujaba a cruzar. Pero cuando el momento llegó, cuando creí que finalmente nuestras almas se encontrarían, algo se rompió. La esperanza, que había crecido tan fuerte en mi pecho, se desmoronó de golpe. No pudimos vernos. La desilusión se instaló como una sombra alargada, cubriéndolo todo.
El enojo, esa mezcla de rabia y tristeza, invadió mi mente. No entendía qué había fallado, por qué el destino, tan generoso en otros momentos, parecía burlarse de mí ahora. En un impulso irrefrenable, reaccioné con palabras que no debí pronunciar, con actitudes que jamás imaginé tener. Lo que más deseaba era verla, abrazarla, besarla, pero mi impotencia se transformó en frustración y, en lugar de acercarme a ella, me alejé más. Y ella, de alguna manera, ya no me veía como antes. Su indiferencia era palpable, fría como el hielo, y la distancia entre nosotros se volvió aún más inmensa. En su mensaje final, sólo una palabra: un punto, pero no un punto que sellara nuestra conexión, sino un punto final. Aquella marca que tanto había significado se transformó en el cierre doloroso de nuestra historia.
Ahora, con el paso del tiempo, me encuentro mirando al horizonte, en silencio, cuestionándome si ella también recuerda esos momentos, si me extraña como yo a ella. Esos días cargados de conversaciones furtivas, esas sonrisas que parecían decir más que cualquier palabra. Esos roces de piel, esos instantes en los que compartimos un espacio que parecía tan nuestro, tan especial. Y en mi mente, se repiten como un eco lejano los recuerdos de esa chispa, esa llama que iluminó nuestras vidas con una intensidad tan pura, tan real. Hoy esa chispa sigue encendida, aunque oculta de su vista.
Este cuento no tiene un final feliz, no tiene el cierre que hubiera deseado. Ha quedado incompleto, suspendido en el aire, como una historia que terminó antes de lo esperado, sin previo aviso. Quizás nunca sabré si ella también guarda en su corazón la memoria de lo que fuimos, de lo que compartimos, un buen recuerdo o solo quedó la decepción del instante final. Quizás no lo sabré nunca, como no sé si este relato tendrá un continuar. Porque no puedo entender cómo dos personas que se han querido, que han compartido algo tan profundo, puedan separarse por algo tan efímero, por una situación que, al final, solo buscaba reunirnos.