Margarita.

Margarita.

Las letras que escribo esta tarde.
Van dedicadas para mi señora madre.
Ella fue el conducto por el cual Dios me mandó a esta vida.
Y ella aceptó dicho mandato con alegría.

Su única función era, ser el conducto para mi llegada.
Sin embargo, me cuidó, me dio amor y enseñanzas.
A pesar de todo el sufrimiento y dolor que para traerme pasó.
A mi llegada me bendijo y de todo mal, siempre me cuidó.

¿Cómo olvidar sus regaños y los tantos consejos que a diario me decía?
Las enseñanzas que me dio, forjaron para bien mi vida.
Toda la vida se la pasó batallando.
Porque los recursos siempre fueron escasos.

En verdad yo no sé, no entiendo cómo le hacía.
Para vestirnos, calzarnos y darnos a diario comida.
Tan austero el presupuesto y tantos hijos que tenía.
Nueve, el total de seres a los que nos dio, más que la vida.

No puedo decir, que nos diste poco, porque nos diste todo lo que tenías.
Siempre con semblante serio, rudo y poco expresiva.
Nunca permitiste en tu casa, una falta o una rebeldía.
Cosa que agradeceré por siempre y de manera infinita.

El tiempo ha pasado y tus hijos son los arquitectos de sus propias vidas.
Puedes estar segura, de que sembraste bien la semilla.
Mejor trabajo no pudiste haber hecho y puedes estar tranquila.
Dios no se equivocó para que mi madre, tú fueras la elegida.

Eres esa flor que, a pesar del terreno tan adverso, fuiste fructífera.
Eres esa flor que Dios quiso, fueras mi madre y me dieras la vida.
Y con mucho orgullo puedo decir, que soy la semilla de esa flor bendita.
Hoy y siempre, daré las gracias a Dios, por ser la semilla de una Margarita.

Boyo Lucio Martínez.
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