Poesía para Alejandra: Sin las rosas

Poesía para Alejandra

Sin las rosas…

Sin las rosas, que tu corazón enseña,
otro maravilloso día, otro requiebro
de volar cual el suplicio que despeña
ó de mi arte incauto la manera en que celebro
tus pies, en la penumbra anonadada,
del cauce que a la pradera justifica:
tu elocuencia, cual el sendero en tu morada,
alerce en sueño, ó sauce que duplica

Mi corazón sonriéndole a la amada,
cual justo albor se ciñe en paradigma,
otro recelo imparte el soliloquio
helado de la flor y del silencio: horada,
tu prez sentida en solo juicio helado,
tal del mordaz anzuelo, lo hechizado
en parte, por tu blancura, niña leda,
que confrontarse con el amor, el amor pueda…

Mi corazón sonriéndote al pecado,
inusitado albor, que sin la noche
otra palabra oiría su reproche:
y en nuncio canto, doblez de mi aferrado
manto jubiloso no es artero,
sin la sombra procaz, ó de agorero
silencio deslumbrado, por el asombro
que me hace morir, sobre tu hombro…

Ó sin el palio, que tu belleza acomete,
cual el nimbo, de tu rotundo heraldo
amansa sin el beso, que tu labio somete
a resarcir mi Musa, intonsamente saldo,
de tu perfecta Lira la belleza,
que tu voz enrostra jubilosa,
amante del loor, y la turquesa,
que blande en herida: el rostro, hermosa…

Y sin la noche, que tu perfume vierte
en la marea en trance con mi suerte,
delgada noche célibe y errante,
que besa con poder de amante
y no resigno: las alas a la voz del altruismo,
que tu perfecta sombra llama ante la noche,
sin metálicas estrellas cuanto el oro,
rotundamente calzas mientras mi dolor

En sombras, de tan altivos bucles, si de heraldos
contuvieran infaustas melodías,
que el decoro, de tus labios y porfías,
noche contuviera con la noche; en Teobaldos,
ó Benvolios son tus ojos más estrechos,
que Romeos y Julietas, Arte, si nombro
el heraldo que señala mi corazón, con sus pechos;
y a la deriva… amante no se va si no renombro...

La justa entonación de tu hermosura helada,
y es doncel el capricho de mi beso
con el arte y efusión de mi regreso,
entonando el albedrío de tus cejas, y, anhelada,
la boca, la prisión, y la jornada,
esbelto es de reírme si no un Parnaso diera,
el capricho de toda Primavera…:
Tu boca enreda, con soltura de cera,

La clámide de pomposa altanera, figura
que en el ocio redime conjeturas de aplomo,
ó sin el arte helado, ni boca ni plausible encono,
justifica el sabor que en mí redomo
sin el arte preso de tu júbilo la Silva,
y la elocuencia del saber, sin el Oro,
que tu nombre invita hasta el suplicio
que nevando va, si enciende la Paloma…

Otea la llama, y en penumbras quïetas la sombra
de la noche acendra en el silencio la mazmorra
que sienten los deseos imparables anhelos
en sus sílabas, cual el Misterio helado,
dulzura y sólo aquieto la esmeralda,
y el goce impertérrito del sabor,
que la llama, en su color de Orquídea
te reclama.

Voces, que el silencio acecha en tu amatista,
ó nefando el cadmio ojo, buril donde resista
claveles de tu sombra, y noches de elocuencia
miradas: álveos placeres incitan la maleza,
que una risa evade, sin el jolgorio preso:
tu belleza.
Ó hasta ardor negado, sin el ropaje…
Que la noche bebe en el Oro de tu traje.

Fulgor asedia, no tu figura helada,
sin la noche que asista, la vanguardia procelosa
del arte que aguardaba mi silencio,
vulnerando el recodo del hambriento,
y en ti, mi Luna, atardece lo oscuro:
y si la noche rebalsa, aúna las estrellas
que reclama.
Y la voz quiere, amar nevado tu placer,

Cual tibia moradora del deber, estocas plena,
desde el alba, mi color y mi condena.