El niño de gris

poema de Lobo azul

El lienzo estaba pintado del siguiente modo; un campo labrado, con la tierra oscura y con pigmentos verdes como si fueran pecas en el suelo, alrededor casas humildes, con patios mal divididos por alambres caídos y chapas oxidadas y agujereadas, el viento del crepúsculo invernal silbaba entre algunas paredes mal hechas y agitaba los techos mal clavados. La helada poco a poco cubría todo aquello que permanecía a la intemperie; los árboles, que sin sus hojas parecen seres grotescos que más espantan en la penumbra. El cielo, despejado pero aun así, sin estrella, se volvía más oscuro a medida que el sol moría en el poniente y la luna se alza llena en el sureste pero pequeña.
En una esquina, bajo el foco de una lámpara de las que iluminan las calles, una silueta se ve bajo su luz naranja, se distingue un buzo gris, de esos con capucha, un pantalón estilo jogging y unas zapatillas mojadas apenas un poco, con cordones desatados y embarrados. Solo está parado, tal vez tiritando por el frio, sus manos parecían resguardarse en el bolsillo frontal del buzo, respira tranquilo, o al menos eso deja ver, al poder ver su aliento en el aire frente a su cara. Contempla la nada, y los sentimientos ante tal presentación son de nostalgia, tristeza, soledad.
Sus ojos cargados de lágrimas, solo pueden ver su interior, repetir situaciones, errores, respira profundo, mientras a su mente llegan sin pedir, recuerdos de aquello que perdió, las personas que ya no están, que se apartaron por cuestiones de fuerza mayor, de una fuerza suprema, suspira con verdaderas ganas, mientras se arrepiente de haber dejado todo aquello que con esfuerzo construyo, y mientras sus ojos se desbordan una melodía triste toca en su interior, como un llanto del alma. Se hace una pausa, el mundo se detiene porque así lo quiere el, el universo se enmudece, porque no hay palabra ni sonido que pueda sanarlo, esa terrible herida del corazón, esa que el mismo se provocó, en su interior grita, y patalea y a su vez ni se inmuta, mientras que los ojos humanos solo percibimos como eleva su cara, dejando ver el camino marcado por las lágrimas, dejando que el roció de la madrugada pose en su rostro, mientras se consuela a sí mismo, a continuación, solo cierra sus ojos lentamente al tiempo que junta coraje para entrar de nuevo al lugar donde debe reposar su cabeza.