Tu ser esotérico

La brisa de la noche,
en tu balcón desolado
vuela las hojas,
ya hoy muertas,
de aquel árbol que una vez vio florecer sus frutos.

Nadie pronuncia una palabra,
ocultan sus rostros tras la niebla.
Leves figuras sin forma, anónimos.
Solo audible el ruido de las olas
que golpean con las piedras,
enojadas por tu descarada indiferencia.

Y en un suspiro repentino,
te robo inquieto unos momentos.
Quiero que veas a la Luna,
pacífica y serena,
y me digas que te dicen sus ojos lastimeros,
porque en un céfiro de invierno,
me he quedado más sin habla.

¡Oh querida mía!
De su boca son palabras santas,
que en el crepúsculo impertinente
nos revela sus secretos
cual mensaje clandestino.

De un instante a otro,
tu mirada se adueña de la mía.
Sí nada más supiera cuales son tus sentimientos,
cuando fue que se perdieron,
o si es que alguna vez tan solo existieron.

Tú tan fría, tan silenciosa
te esfumas sin precedentes.
La oscuridad me abriga,
y las estrellas sollozando me saludan.

Y así,
en mi destino camino hacia el oeste,
me alejo de tu sombra y tus mentiras.
Siempre despacio,
vacío, sin nada que me valga.
Perdido, en la luz de los faroles
que alumbran, con dificultad, las interminables calles suplicantes.

Sin un rumbo delimitado,
no hallo sentido a mis pasos inquietos, desesperados.
La brisa de la noche
me lleva lejos,
y a ninguna parte, a la vez.