Caóticos presagios

Caóticos presagios, lunáticos aullidos y sombras que merodean en el contorno de tu cordura. Clavas los colmillos en la certeza del vacío y ves, más allá, la inmensidad del titánico cosmos, bestial que se manifiesta con innumerables horrores.

Caóticos presagios, allá de donde se lamenta el nostálgico enigma, de donde se arañan los límites de un deseo, emerge vibrante la luz como hija de la oscuridad, esencia seductora que apresa las visiones del pasado, veneno infatigable que ralentiza el único verso para exponerlo en lo anacrónico, para preservar el recuerdo.

Caóticos presagios, obra teatral de la verdad, donde máscaras se quebrantan soltando el filo del encanto, una carcajada, y después el eco, voz del abismo, perenne templo en donde danzan las perversiones del destino, espejismo de una posibilidad.

Caóticos presagios, criaturas cual antojos de inexistencia, cuyos corazones son las convulsas mareas de lo primigenio, tangencial encuentro entre ausencias, rugido pasajero que moldea la trágica naturaleza sobre la piedra angular del ensueño, una persecución ilusoria, tinta hecha de reflejos que escapan de sí mismos.

Caóticos presagios, ahí en lo imperturbable bajo el nocturno velo de una mirada, reunión con lo irrazonable, por tanta y tan placentera desintegración, se desmoronan los cuerpos, se funden los núcleos de lo permitido, se transmuta la voluntad, el anhelo, se forja la astilla, llave de la realidad, que te desliga hacia el temible barniz de lo desconocido, sutil tejido, lienzo de la vida.