La medicina

poema de Sumí

Una mano cálida toma la cúrcuma. Otra helada, el jengibre molido. La mano cálida con desparpajo abre ambos frascos y espolvorea -cual chamán- con ambos condimentos la salsa burbujeante. Entonces, la mano helada toma una cuchara y la lleva al fondo de la cazuela; el aroma que emana de la olla la transporta lejos y no quiere perderse la aventura. Con labios semiabiertos le brinda su aliento a lo que asemeja medicina para el alma. Con sumo cuidado introduce la cuchara en su boca que, a la espera del bocado, rebosa de saliva. Sabe a él; sin duda es él el alquimista. Entonces la mano cálida se sabe victoriosa porque el rosor de las mejillas de la mano helada deja entrever más que un mero placer por la comida.