Instinto eterno.

Cuando descubres que
sabes más de lo que imaginas,
gracias a ese niño
que sigue habitando en ti.

Y que la transformación
de cualidades que,
aunque hayan madurado...

permanecen vivas
en cada etapa de la vida.

Ese instinto explorador,
siempre latente,
siempre presente.

Pues con ese niño
que llevas dentro,
has encontrado tu lugar
en este vasto universo,
más allá de todo lo aprendido
desde el exterior...

surgiendo una conexión
inalterable.

La transición a la madurez
psicológica y social,
la experiencia,
el paso de los años
y el conocimiento,
se funden con el niño interior...

alimentando su curiosidad,
su deseo de explorar
y su capacidad de acción.

Como un relámpago tranquilo
que no cesa de mirar,
conservas intacta la curiosidad
de ese niño que sigue en ti:

¡Siempre activo!
¡Siempre presente,
vibrante en cada acción!

Sabes que hasta tu último aliento,
seguirá latiendo en lo más profundo
de tu ser...

uniendo todo lo vivido
con lo que aún queda por descubrir.

Porque con ese instinto,
que es eterno,
el paso por este tiempo,
este espacio y este lugar...

se vuelve más auténtico,
pleno y esencial.

Por ello,
quien ha logrado integrar
todas las etapas de su vida,
sin género de duda...

alcanza su propia
totalidad armónica.

Y entonces te preguntas,
con la calma de quien ha vivido:

¿Será que quien mantiene la curiosidad
y el instinto explorador,
preserva vivo
a su niño interior?

Yo lo creo así.
Porque aún en el silencio,
él respira contigo.

Por eso,
si la vida te concede ese don,
nunca dejes marchar
al niño o niña que llevas dentro,
ni tampoco entrar,
al anciano o anciana
que querrá venir.