Nunca te guíes por las apariencias
¿Les ha pasado? A mi me ha pasado. Les relato:
Nunca te guíes por las apariencias
Una vez fui vendedor inmobiliario, pavito, en flux y corbata, oloroso a colonias, rasuradito, zapatos lustrados...en fin, todo un muñequito de torta. Bueno, eso, entonces resulta ser que asistieron a la oficina un matrimonio de viejitos desaliñados en busca como se ha de saber, de residencias. En las oficinas de éste tipo, ejecutivas e inmaculadas con sus apariencias estéticas, el personal se viste y comporta según las exigencias de sus directores y yo no era la excepción, hasta cierto punto, claro.
Lo cierto es que, el par de viejitos no fueron tomados en cuenta cuando aparecieron en el umbral de la puerta, debido a que, se sabe, ya lo dije, su aspecto desaliñado. Se les notaba el abandono en su presencia. Por ende, ningún vendedor quiso atenderlos y la recepcionista sin hallar que hacer los remitió a mi cubículo.
Parados frente a mi escritorio y yo atontado ante ello, no me quedó otra, que sugerirle tomarán asiento mientras yo salia un momento a reclamarle a la recepcionista tamaña indiscreción, pero no cerré la puerta y el susurro de mis palabras llegaron a los oidos de mis posibles clientes.
Luego del aforado reclamo, fui al baño, me lavé las manos y la cara. Me observé en el espejo, me di aliento y consuelo, pensando en como me desharía de ellos en un santiamén. Regresé al cubículo con nuevo ademán de apariencia petulante, mi objetivo, deshacerme de ellos rapidamente pero, no obstante, notaba que mis clientes no reflejaban en su cara contrariedad, angustia, preocupacion o animadversión. Esperaban por mí, mis proposiciones de ventas, mis exposiciones y no estaba yo dispuesto a malgastar mi tiempo en una posible venta a unos viejitos con cara de limpios.
¿Por favor, muestre lo que nos ofrecerá? - me increparon
Les vi sus caras, pacientes e inexpresivas. Acompañada de una voz suave y segura. Me convencieron y les acerqué la carpeta de inmuebles. Comenzaron a verlas, comentarlas con sus voces imperceptibles casi susurrantes, mientras yo les observaba tratando de dilucidar, sus cambios de posturas, sus amagos en los rostros, en sus timbres de voz, algo que me indicara que habían entrado a la oficina equivocada en busca de algo que ellos no podrían pagar, pero no, eran unos seres centrados, tranquilos, seguros, no se impresionaban con los precios y ni por las bellezas inmobiliarias que allí se fotografiaban.
Luego de sus consultas me pidieron les llevará a tres quintas, grandes y lujosas. Les hice ver el precio, que no vieran bien, pues suponía que no tendrían para pagarlos, pero ellos; sin más, reclamaron su demanda de visitarlos. Les notifiqué sobre los pagos de movilidad y aceptaron sin desagrado, y no sólo eso, sino que propusieron ir con ellos en su auto. Accedí pues yo carecía de auto.
Mira tú, ve, salimos de la oficina, bajamos al estacionamiento abierto, yo buscaba de entre los autos algun impresionante vehículo que dieran luz sobre la riqueza de los viejitos y asi convencerme de la posibilidad de la venta, pero he ahí, el carro era un cacharro, un nova destartalado y sucio modelo de los sesenta o algo así. Temí por mis ropas, vi las caras inexpresivas de los dueños, ellos entraron al vehículo y me invitaron a entrar en la parte de atrás. Vaya que tenían cantidad de desperdicios, la viejita ordenó un poco para darme espacio en unos asientos manchados y polvorientos en donde yo sólo pensaba en mis ropas y zapatos. Del olor, para que les digo, el olor es desidia, abandono y combustión de gasolina, pero sin más, así partimos.
Les cuento, fue infructuoso, no se decidieron por ninguna, ni esas ni otras que les mostré semanas más tardes, porque les digo, llegaban a la oficina sin previo aviso y solamente me solicitaban a mi como vendedor, no aceptaban a más nadie. Era en ese tiempo, yo, la burla de mis compañeros. Un par de pobretones haciéndome perder el tiempo aunque pagarán por las visitas.
No fueron más hasta un mes después cuando yo creía me los había quitado de encima, pero ésta vez venían con otro requerimiento, una exigencia que para mi era demencial, la menos probable de todas las ventas. Me parece que en la carpeta ellos ya la habían visto y cuidado, si no visitado. Era una inmensa casa de pensiones en La Pastora, Caracas, una casa de veintiocho habitaciones, diez baños, cuatro cocinas y espacios abiertos, corredores. Una casa que abarcaba una manzana cuadrada y de fácil acceso a la avenida Urdaneta y la Baralt del centro de la ciudad. Ninguno de los vendedores la mostraban nunca, menos yo, esa casa era un hueso. Muy costosa, más que todas las quintas lujosas allí en carpeta y más descuidada por su estilo colonial o es que las fotos no la representaban en su majestuosidad. ¿Con qué carajo iban a poder comprar esa casa éstos viejitos? Dueños de un carro destartalado y de apariencia desastrosa.
Exigieron que se las mostrara, les mencioné el precio, su excesivo costo, sus caras no se inmutaron, inexpresivas, susurraron, ¡Vayamos hijo!... 900 mil en aquel entonces, años ochenta del siglo pasado, un realero del que no disponía cualquiera menos aún éstos pobretones viejos.
Pagaron los gastos de visita, los compañeros de oficinas se reían de mí al pasar con mis porfiados clientes, la recepcionista murmuraba entre dientes mientras me lanzaba discretas miradas sarcásticas. Incomodo ante tanto, desmotivado, acompañaba a mis clientes, otra vez al maloliente nova destartalado. Esa vez me invitaron un desayuno en la lunchería de abajo, un mesero huraño los vió con desagrado pero muy a pesar de todos, eran unos clientes agradables; cuando conversamos en tópicos generales se les notaba su conocimiento y experiencia. Sabían pues conversar y eso me gustaba de ellos, lo que no, era que me hicieran perder el tiempo con algo que no podrían comprar nunca. Eso me molestaba, pues otros clientes potenciales lo tomaban los vendedores que quedaban en la oficina. Bueno, les mostré la casona, hasta yo me impresioné con ella, lo inmenso que era, estilo español, me quejé de las fotos en la carpeta, tan feas e incipientes y se los hice saber a mis ahora sorprendidos clientes. La casa con sus techos rojos, paredes de bahareque, gruesas, grandes puertas, baldosas coloniales, exquisita realmente. En mi tiempo en la oficina jamás habia mostrado ésta casa y así en un arrebato de confianza se lo hice saber tambien a mis viejos clientes, viejos sí, pero no sólo por sus edades sino porque ya tenía tres meses mostrándole residencias sin ninguna decisión de su parte. Por fin vi una expresión en sus rostros, sobre todo en la de don Genaro que observaba con meticuloso empeño cada detalle colonial de la casa como si recordara parte de su historia infantil, ella, la doña, Felicia, sólo le tomaba del brazo mientras yo notaba que le apretaba en algunas estancias de la casa.
Salimos de allí a la oficina, en el cubículo le ofrecí más detalles de la casa con el menor ánimo de lograr dicha venta, sólo lo hacía por cumplir con los lineamientos de la oficina inmobiliaria. Se fueron otra vez con sus caras inexpresivas, don Genaro me dió un apretón de mano y Felicia me otorgó una hermosa sonrisa, hasta allí llegaron, pensé.
Retomé mis labores de captación y ventas, no se supo más de los viejitos. Mis compañeros sólo se reían de mí cuando se traía a colación dicha experiencia que ya no veía con desagrado como al principio. Dos meses y medio pasaron hasta que aparecieron en el umbral de la puerta de la oficina una pareja bien trajeadas y acordemente perfumadas. Maletín en mano solicitaron a la recepcionista mi cubículo. Me llamaron por teléfono interno, ella me informó que eran abogados. Me preocupé, …¿que querían dos abogados conmigo, acaso venían a comprar o vender un inmueble? La recepcionista lo negó, no sabía, ellos sólo demandaban hablar conmigo, era un enigma, una sorpresa.
Pedí que los hiciera pasar, los invité al asiento y comenzamos las conversas. Quince minutos después todos espabilados y atónicos me vieron correr a la oficina del gerente con un majo de papeles y celebrando, la casa de 900 mil la había vendido y de contado. Luego de ello, los abogados salieron, no se despidieron de nadie aparte de mí y sobre mi escritorio dejaron un botella de Old Parr y una tarjeta donde Genaro y Felicia me decían, solamente, con letras nítidas: " nunca te guíes por las apariencias"
Relato corto
Augusto Plasencia
Comentarios & Opiniones
Poetas todos, les informo que éste es un relato, tal como específica al final del la obra, espero os agrade y disfruten, pués es animadversión del existir y el recuerdo que nos resume. Bienvenidos sean a la lectura
Me ha encantado esta historia, me has atrapado desde el principio hasta el final, cierto...nunca te guies por las apariencias...y así en todos los aspectos de la vida,a veces son agradables y no las sorpresas, obra reflexiva, un abrazo,linda tarde.
Un gusto leer y disfrutar esta lectura saludos a ti.beso
Buen escrito... asi es las apariencias a veces engañan
Gracias, Xio, Silvia y Loco por sus comentarios