Las parábolas de tu cuerpo

Yo tengo un remanso de caracolas
que cantan bajo un cielo fluido de ánforas
y cuando la espuma blanquecina escribe prosas de brumas en la orilla,
la pluma de Rubén Darío se desliza entre las aguas turquesas.
Los arrecifes adornan el marco del horizonte acuático;
las perlas danzan entre coronas de algas
sosteniendo las olas que saltan como queriendo alcanzar los astros;
y la luna, con su vientre dorado, se mece en columpios de aire.
Yo tengo en el abecedario de tus labios, un confín de versos,
con trazos de Baudelaire, con rimas de Borges,
con la frescura de Martí y la arrogancia de Alberti.
De la fuente de tu piel, nace la leyenda esculpida en el fragor de las noches
que alucinan entre unicornios y juncos de mármol.
En los ecos del viento, tu nombre se canoniza reencarnando tu alma
en las esferas luminosas de un infinito derramado.
Ora tu belleza ancestral en los altares bizantinos,
con la púrpura encendida de tus labios de seda.
Heme aquí con el báculo de los años, amándote entre candilejas
que abrazo en la ofuscada temeridad, mientras redimo cual salmo
las parábolas silenciosas de tu cuerpo sagrado.