Sombras de mediodía

Hubo entonces todo.
No había luz más allá
de la de aquellas sombras viajeras
que se mezclaban en el desierto del mediodía.

A ella le temblaba la voz;
a él el corazón;
ella fluía entre el viento de su pelo;
él dormía en sus pensamientos.

Sin decir más allá de lo que era
podía entenderse el aroma
de aquel perfume que les coagulaba el aliento
en la cercanía de sus deseos.

Ella llegó al alba sin apartarse.
Se percibía la distancia en el horizonte.
Una ráfaga fresca e improvisada
azotó la pared de sus labios.
Erguió, de seguro, una muralla para no derrumbarse
y él
herido por las flechas de azufre
maldijo no endurecer su escudo.

Se arremangaron el orgullo.
Pintaron
un palacio de seda desteñida
porque al caer la obscuridad
dejaron de ser
y fueron sal.