La leona

Laguna de los pobre perdidos,
me tiendes un azulejo cuando estoy bienherido.
Sacudes mi clavel con tus rosas.
Todo lo tocas.

Eres tan bella cuando alcanzas mi reflejo,
musa de ferrocarril herido y solitario.

Yo te tengo, así, frente a mí, no lo dudes.
Que tu espalda se tiende de almohada
y tu cartón se hace piedra
cuando servimos almojabas.

Abrázame que la noche se hace corta.
No todos los días fluyen como un río mis palabras.
No todos los días te abalanzas, leona.

Sacude el viento los árboles y las castañas.
Eres tú bañándote en cañaveral,
haciéndote reina entre las rocas.
Eres la que atenaza todo con su ausencia.

Las frutas que visten tu silueta, te hacen ser perfecta.
Aunque ignoro los caprichos que te arroja la brisa,
eres mía.
Lo sabe atónita la tarde, el mediodía.
Así como tú te lanzas muy pocas
y como te atrapan mis versos, ninguna.

Por eso, por todo el mundo
se ciernen en una nube las campanas
hasta tenderse ocultas entre las montañas
para orquestarte un divino suspiro, querida.