No eres tu, soy yo.

El problema no son tus vicios, tu olor constantemente a marihuana, los insultos comunes en tu vocabulario como “chinga tú madre”, “hijo de puta” o “pinche puto”. No es que tomes hasta vomitar o que prefieras coger después de ir a bailar.

El problema no es la ausencia de tus explicaciones, llamadas o fines de semana. Tampoco es tu distanciamiento en momentos difíciles de mí vida.

El problema no es que vivas deprisa en busca de un placer instantáneo, que quieras ser siempre la primera y la única en todo.

Obviamente, el problema no son tus hermosos ojos tornasol resaltados por tu tez blanca, que te hacen perder la humildad cayendo en prejuicios de superioridad con frases racistas sin argumento y sentido.

Sin tantos rodeos, lo siento, en realidad no eres alguna de esas personas con las que siento que valga la pena mantener una relación amorosa.

No es mi intención pedirte ni mucho menos exigir, convertirte en la persona que no puedes ser y que hoy necesito más que nunca. Es mi compromiso aprender a amar adultamente aprendiendo la diferencia entre renunciar y sacrificarse.

Si lo piensas bien, nuestro tiempo juntos no ha sido en vano, todo lo que descubrimos, fuimos, hicimos , sentimos, vivimos y creímos, nos ha traído hasta aquí. Ahora existe otro gran motivo para seguir adelante; todo lo que aún no descubrimos, somos, hemos realizado, vivido, lo que afortunadamente aún no tenemos y todavía en lo que aún no creemos.