Tea que arde
poema de Eusebio García-Gasco

Hoy tengo colgada del amanecer, el alma,
vibrando entre las gotas de rocío,
sorprendida en el trino de un pájaro que canta.
Pero para vivir, debo ceñirme la mañana,
floja a la cintura como al descuido.
Como el pareo airoso de esa diva que pasa.
Dejar que rocen leves el sol y el aire,
sin romper los temblores en que estoy inmerso
ni estos regustos de sabores sensuales.
Esta admiración por esos límpidos colores
que parecen pétalos hechos de diamante
y esos sonidos como campanas de cristales.
Quiero que vengas a mí en esta algarabía de sol,
que los dos seamos como una gran tea que arde
hasta que se enrede en mis tobillos la tarde.



