Sin título ni lugar; una visión envejecida

Miraste el piso cual espejo.
Este imitó tus actos, tu vida.
Nada devolvió, de antemano, era sabido.
Tu cara se volvió un mal puzle.
Me miraste con un intento de sonrisa,
rompiéndote por dentro.
Arañando el éter, rescatando otra mentira.
La realidad martilló tus dedos; ya no más canciones de cuna existían.

Traté de contenerme; olvidar mi animosidad.
Reí de mala gana. Dime, para ti, ¿Qué es la vida?
Incordiaste al destino, tiraste los dados:
La moneda de tu presente, el futuro de otros.
¿Y, aun así, otra oportunidad pedirías?
Te perdiste en las palabras de un profeta desterrado,
creías que, solo por existir, el mundo todo te debía,
y al final lo odiaste por no cumplir tus caprichos.
No elegiste un bando, por eso, las reglas ya no te protegían.

Entonces, lluvia, ¿Justo ahora caes ante mí?
Lavando, indolente, el pasado que culmina aquí,
asfixiando el llanto de quien realmente sufrió,
mostrando tu hipocresía, tu favoritismo de narrador,
victimizando a quien el mal acunó,
bautizando sentido en el ruido de alrededor.
¿Olvidaste acaso que la existencia mortal no es cosa de lo superior?

Me miraste, una vez más, derrotada.
Buscando consuelo en el que condenaste al infierno.
Si la calma para tu sed fuera la arena.
Me volvería el mar bravío en pleno invierno.
Nuevamente intentaste una sonrisa.
Nadie comulgó con la princesita, ¡Qué injusticia! (?)

Una conclusión ya advertida.
Los llantos de una niña irresponsable.
El pináculo de padres y gentes impotentes
que te dieron todo a cambio de sentirse importantes.
Mas la realidad es solo una.
No importa cuánto maquilles los hechos.
O que aquel que debiese ser ciego, sordo y mudo intervenga.
Si haces bien, nadie sabe cómo te pagan,
mas si haces mal, es mejor tengas listo tu lecho.