Frigia: continuación.

poema de Silvestre

Tendida entre las calurosas arenas,
en vísperas otoñales de noviembre,
soplos que huelen a nieve y fresa
ambicionan las postales marítimas
y sollozan inconsolables en la playa lejana.

Caen a tierra, sus penas innombrables
llenan cuanta planicie vacía encuentran
los rosales secos elevan una plegaria.
Gotas aguamarinas le sorprenden astutas
sus pétalos marchitos al recibir ese bautismo
rehúyen como flores sin consuelo.

La bailarina de cristal anhela los toques místicos
cantos alegres y fraternales aplausos
esos tintes de muñecos carnavalescos
solían colgar felices en su edredón amarillo.

Ahora presa del martirio
oculta rabiosa el rostro
entre sus delgados brazos.
Cuerpo señil y amargo por oscuros
tormentos, ningún ser descubrirá
a que fue sometida esta bendita alma.

¡La vida un poema!
¡Tantos sueños ha cumplir!
¡Los sueños se retiraron!
¿Vale la pena detenerlos más?
¡Que melodías esplendidas tuve alguna vez!
¡Cuantas fantasías y amores!
¡De colores y texturas distintas!
¡Mundos, universos, estrellas en lo infinito!

¿Tú ves mi lecho nupcial a escasos metros como yo, al enfrentar mis humillantes pesadillas cada noche, en mi silenciosa habitación a poca luz?

¿Escuchas los golpes retumbar en mis oídos?
¿Serias capaz de soportar mis sufrimientos?
¿Mis tristezas, la menguante bendición?

Llorar es un placer aun prohibido,
rendirse, su venganza mas certera
correr, el seductor néctar de sus labios.

Frigia, niña y espíritu cruelmente olvidado.
Tu brillante suerte son versos al mejor postor,
Ya nadie quiere escucharte o verte
Sin embargo, ellos recuerdan esa familiar sonrisa partirles el corazón.

Los que compensan son espíritus muertos
sus voces son refrescantes bálsamos en sus heridas
Escriben a la noche estrellada ese nombre con sangre al mar.
Y gimen con ojos cerrados, observarla partir en temprana juventud.