Al perpetrador enviciado:

Hojas de blancos tules mueven sus hinojos.
El pico secreto respeta una tonada lúdica.
Canes arremolinados mezquinan un edredón.

El ronroneo ciego electrifica una agua viva.

Merlín, y su varita mágica beatifican una cúspide.
Le roba su estandarte al cielo y proyecta un Rosal.
Mimue descalcinada, besa los empolvados meñiscos
Sabores contaminados le ennoblecen la estima.

Tronchadas episcopales burbujean como espantajos.
El grito agónico de un infante, yace entre mis reliquias
Las catedrales sempiternas hablan de moléculas heridas
Y una Reina sin belleza, resiente el amor.

Oh, Sonata nívea. Los campos ahondados de Frigia brincotearon en la mente de un plebeyo.
La infinita escarlata Azul ensalzo su iris menguada.
Los tibios claveles acaloraron su estrellada alegría.
Un rio rejuvenecido le cubrió las pantorrillas con nubes pernoctadas.
En su corazón heroico le inscribió un reproche.
Transmutando los Vergeles esta bastilla reflexiono las costumbres de una Caladoña y ensucio el busto con sucios limpiteles.

Ahora, vamos, ¡Qué no haya en nuestras facciones un endiablado fantasma! ¡Las horas permutan el cabecero y su alfeizar como un necrotido recuadro! ¡Si el conejito espanta al ave una noche, aunque sea, la somnolencia tendrá un respiro como obsequio final!