SIN TITULO

Postrada en una cama. Repleta de musgo, polillas, sabanas negras, almohadas grisáceamente polvorientas. Voy cayendo en un hoyo que se convierte en un huracán, los relámpagos de mi cerebro retumban en esta habitación que como escorbuto le van creciendo gusanos que se alimentan de las pocas neuronas que me quedan, como una sirena tirada en medio de millones de dunas, mi respiración se hace lenta, suplico por un suspiro más, pero el dolor que carcome mi mente es incesante, el huracán se mescla con los relámpagos y los truenes revientan mis pupilas y de pronto un rio muerto recorre mis mejillas. La cama que esta vacía conmigo y la habitación negra por completo, a plena luz del sol, lastima lo poco que ya me queda de alma, no siento mis extremidades, la espalda es un dolor constante, mi columna se contrae haciéndose trizas. Alimañas, parásitos, un virus de tristeza me envuelve como un remolino a motor y de pronto una llamada al celular, es como si me regresaran este corazón putrefacto y se empieza a aclarar .Casi esbozo una sonrisa, me atrevo y miro el celular que yace inerte como estampado en mi piel. Vuelve la mirada de mis ojos a su sitio y el rio muerto se transforma en un pantano inmundo, no era su número, timbro el número de alguno de esos delincuentes que desde hace más de cinco años desquician mi psiquis, me envuelvo en las sabanas negras que ni siquiera son mías porque nada es mío, porque mi vida es de ellos porque ni los dedos con los que escribo ya me pertenecen. El pánico me invade; es un plus a la tristeza, intentando desviar mi sufrimiento solitario y volcarlo en un horror paralizante.