"Parteras y lagartos", fragmento de la novela: Las vicisitudes de Torda. Capítulo X.

poema de @narramatrix

"No en vano, estos actos de gracia (de bestia o individuo) me congratulan. Y por suerte Dios dispone que, en el caso del parto de animales, no haya que hacer encaje de bolillos para sortear la furia de la matrona a fin de presenciar el esperado acontecimiento"
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Acerca del bicho, contaba una leyenda que había pertenecido a un hermano del tercio que fue capturado y torturado hasta la muerte por los holandeses. Al parecer, nuestro camarada, que también era prójimo versado en los reptiles, había recorrido medio mundo en busca de conocimiento sobre el veneno de los ofidios y sus aplicaciones terapéuticas. De Januelo se decía también que fue traído como polizón desde la Isla de Gran Canaria cuando apenas era una lagartija.
Sobre Bernabé da Oliveira (su dueño), se mencionaba que fue un infante de origen portugués simpatizante de la Corona española que hizo ruta desde las Azores hasta Filipinas, de donde trajo toda clase de fluidos de serpientes venenosas.
El de la Cobra Real era, de todos ellos, el más letal y siempre gustaba llevar un poco de este brebaje por si era menester usarlo. Bernabé solía juguetear con la sortija, a la que daba vueltas constantemente sobre su dedo corazón. Se especulaba que de esa forma mantenía el veneno diluido para poder verterlo en cualquier momento sobre una copa de vino. Por ello, los adversarios de los juegos de cartas le temían.
También daba que hablar el chatón del anillo (una cápsula de plata vieja en forma de ataúd) que ornamentaba la alianza y a la vez albergaba la ponzoña de la que se contaba que una sola dosis arrojada en una barrica de agua podía acabar con cincuenta infantes y, sobre un abrevadero, podría dejar secas a otras tantas bestias de carga.
Sea como fuere, parecía que cuando nuestro camarada fue atrapado, antes de expirar con su último aliento, puso el veneno oculto en su boca y acto seguido escupió sobre el rostro descubierto de su verdugo. Decían que fue tan poderoso el tóxico del ofidio que acabó con la vida de los dos en pocos instantes.
Fue entonces cuando, por otros avatares del destino, Januelo cayó al cuidado de nuestro siempre bendito hermano Federico, quien, además, para hacer las delicias de Melchor, le había fabricado al pequeño dragón un diminuto morrión hecho con un trocito de metal de coraza, que daba al reptil un aspecto hercúleo.
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