"La Apóstola apostolorum", fragmento del ensayo: Las vicisitudes de Torda. Capítulo XVII.

La adoración al cuerpo de la mujer permite a los grandes ilustres del Siglo de Oro liberarse de pensamientos ermitaños y secuestrar (desde el plano artístico) a la figura femenina.
El hombre asiste, en todas las facetas del arte, a una extendida representación de sus contrarias. Los pintores y escultores fraguan en sus talleres la realidad de su posición social y cultural.
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Alcanza al siglo XVI una figura de María Magdalena que desplaza su papel de apóstol para ligarla, irremediablemente, al símbolo de la mujer arrepentida. Su nombre obedece al de una mujer enamorada de Jesús, que es representada por el arte en numerosas escenas de carácter penitente. Se la rinde admiración porque en el camino de la redención ha vencido al pecado.
Su imagen cambia en el siguiente siglo XVII hacia la personificación de una virgen cautivadora de largos cabellos que la refugian de su desnudez. Magdalena escenifica a una seguidora, con la que pintores y escultores juegan libremente, lo que da lugar a una bella colección iconográfica compuesta por numerosas Magdalenas antagónicas.
El Siglo de Oro encuentra a un Lope de Vega encandilado por el erotismo espiritual de la silueta de la discípula, a la que rinde sus fuerzas y obras. Lope utiliza un halo de narrativa sensual, de gran atractivo artístico, en su poesía religiosa.
Este recurso literario se descubre desde la lectura de sus sonetos, en los que el autor expone a una sumisa Magdalena que lava los pies de Jesús y los seca con sus seductores cabellos.
El astuto literato convierte el abatimiento de la discípula en un desgarrador acto sensual, un gesto perfecto para que Jesús sucumba como hombre y divinidad.
Magdalena deja entonces la práctica del amor ilegítimo para acogerse al sagrado amor a Cristo, emulando la adoración que se suscitan dos enamorados:
“Buscaba Magdalena pecadora
un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos
perdón, que más la fe que los cabellos
ata sus pies, sus ojos enamora.
De su muerte a su vida se mejora,
efecto en Cristo de sus ojos bellos,
sigue su luz, y al occidente dellos
canta en los cielos y en peñascos llora.
Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando
que con amor a quien amó conquisto,
si amabas, Madalena, vive amando.
Discreta amante, que el peligro visto
súbitamente trasladó llorando
los amores del mundo a los de Cristo”.
De Vega Carpio, L. Rimas sacras. A una calavera de mujer. Soneto 90.
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