ÉGLOGA AZUR
ÉGLOGA AZUR
Solaz de penumbra,
Bosques en el mosaico lignario,
Beben la congoja de la distancia
Purificada entre las roquedas del calvario.
Dejado yace el ocaso,
Sin la rima del espíritu,
Aquella azur fenestra,
De menesterosas hierbas,
Donde nace un épico remanso,
Del blanco río,
Tanto desamor,
A merced del leve hastío.
Solos mordiendo el pasto,
Y ápteros vientos de su alma,
Entre procelas de amargor y geranio.
Prurito de rosas y norte,
Campos y valles o vergeles,
Dispuestos al llanto,
Eterno manantial de deseo,
Entre las lágrimas de claveles.
Solaz de soledad bien brizado,
Olmos y un canto hondo,
A garganta de vihuela,
De árboles en ínclito fondo.
Retamas de hojas áureas,
Vibran por solares,
Por los lejanos mares,
Que dormidos no besan la foresta.
Daño éste es de amor,
De un sincero pastor,
Entre almendros
Y verso triste,
Picado de plectros,
Y todo el verde que le insiste.
Pena aún más ubérrima no hay,
Que aquella que entre natura,
No estremezca los oteros,
Con bella fuerza,
Y el garzo de los senderos.
Llanto menesteroso de desamor,
Perdido entre cambrones,
Turbado por tolvanera,
Briago por los cielos,
Y la piel de la ladera.
Junto al sudor y la sazón,
Silencio y odas por madrigales,
Alientos nardos entre álamos y clavelinas,
Son ahora paz en la cordillera,
Y en la aldea vecina.
Aposentos de Vertumno matinal,
Canto menguante del dejado amante,
Cubierto bajo retahílas de azafrán,
Donde las cuerdas de su quebranto,
Resuenan por todas partes,
Entre argucias del faisán.
Vibra y sucumbe perenne el frutal,
En contrabajo desazones
Mientras la leve brisa va orlando,
Los olivos y del río su cristal.
Soledad y recuerdo de sus besos,
Impregnan su pastoril ciencia,
Con la bucólica de los tiempos,
Y la ventura del grandevo con sapiencia.
Prez es de albor y nostalgia,
En la elegía del mirlo,
Vetusta de magia
Y extinta en los silos,
Cual rebaños de rauda infancia.
Sol acosado por sus remilgos,
Mantos de conciertos y parcelas,
Y distancia etérea y celeste,
Donde acude olvido,
De dalias sus querellas.
Cinamomos y cinas por vergeles,
Llanos y dinteles del sollozo,
Paz de orquídeas y narcisos,
Donde crece la amapola del esposo.
Y acuden jazmines en la tarde,
Invaden su presencia los jaramagos jaldes,
Que resuenan cada nota,
Entre hojas de un campo amable.
Simple amor de los amantes,
Y herida firme sin consuelo,
Cuando cesan los alcornoques sus desvelos,
Es más fuerte la distancia,
Del que añora tanto tiempo.
No es el dolor la marca del viento
Ni el desafío de paulonias lo que llora,
Es el pesar sincero,
De un alma agreste,
Que a su amante implora.
Son penachos de lágrimas celestes, gardenias y versos,
De una voz a lo lejos,
Que del pastor Crises,
Acude entre papos serios,
Y ritmos tristes.
Dijera a los ecos del sol montano,
Tanto hastío en gracia de afecto,
Que su vida es de la esmeralda,
Verde y brillante,
Pero al fin sin albas,
Sin ningún fin cierto.
- ¡Oh dama de mis llanos la cisterna,
La fina lira que me calma,
Cuando mi adusta pena se hace eterna,
Y tu ausencia mi flaqueza exalta,
Como un torrente tórrido en la pradera!
¡Oh Glauce beldad en extremo,
Espíritu del franco bosque,
Dadme paz en tu florido seno,
Y no torturéis mi alma
Con tus estoques!
Siento la distancia como girasoles;
Inmensos faunos de cítaras arcanas,
Que dormitan en estos rincones,
Como mistrales en sierras lejanas.
Eres viento entre hojas,
Y el aroma de mis sueños,
Cuando en los claros árboles rondas,
Son nardos mis desdeños,
Y de amatista las horas,
En la provincia mi aulodia
Y mi verde empeño.
¡Oh Glauce eres citarodia
Terpandro que embriaga los lirios,
Sinfonía de beldad y gloria,
Que enardece a los crisantemos en idilio!
¡Oh desengaño de mi lontananza,
Diosa agreste y enigmática,
Que vuelves haces mis almas,
En los cielos gentiles
De la eterna Ática!
Volver a tus ojos de sol,
Entre lo foreste del madrigal,
Y decirte quién soy,
Cuando naces del mar.
Y unirnos a esta amable tierra,
Como lo hacíamos al amar,
Entre tanta hierba,
De soledades y baños de azahar.
¡Oh mis conciertos de vihuelas,
Ofrezcan la razón a sus labios,
Y hagan que el viento mueva,
Sus almas entre mocedad de buen resabio.
¡Oh Glauce por siempre,
Serás la dulce queja de mis años,
La trémula sierpe,
Que me ahoga entre resaltos,
Esos que adoró Minerva,
Y que la caoba fizo sagrados!
Corriente pura de manantial leve,
Ataviada de perales y llantos,
Reposada en la brisa que suele,
Orlar tu vida con mis quebrantos.
Soy desdeño de arboleda gris,
Pobre labriego de tu lejanía,
Y vano tiempo de hojas y melancolías,
Y vago espíritu del sufrir.
¡Ojalá volvieras a este cielo,
Y olvidaras lo perdido,
Y durmieses entre jacintos,
Como antaño en los tiempos
Lo hacían los muertos mirlos!
¡Oh mis eternidades dormidas,
Entre helechos y heliotropos,
Tantos oteros azules,
Pereciendo entre sinoples sotos!
Fenecen los gorriones en las ramas,
Porque no ven tu beldad,
Y el silencio es borrasca,
Que turba la serenidad.
Jilgueros y paraísos errantes,
Donde duermen tus llantos,
Se van perdiendo entre los trances,
De los afligidos campos.
¡Oh que trágica Melpómene perfecta,
Empaña este remilgo,
Esta indeleble empresa,
De inmortales y dolientes signos!
¡Separad por los dioses mi corazón,
De tanta confusión taciturna,
Y permitid el paso del deseo,
Y la azur ilusión,
Que una vez que fue llena de lunas,
No fue más florida en su fruición!
Dejadme en estos valles y collados
Con la herida áurea de tus besos,
Con la vista entre tus mares y Argos,
Y tus fugitivos versos lentos
¡Vuelve Glauce a morir conmigo,
Que mi amor no tiene alas,
Y se extingue pronto entre los silos!
Sé mi gloria entre mi pena baja,
Arrullo de noche fresca,
Que antes me acariciaba,
Con cenizas de hadas.
Asísteme entre el tórrido Cefiso,
Con tu presencia enhiesta,
Y cubierta de hojas flanquibermejas en séquito,
Igual que en flora cierta,
Cuando el poniente es más inédito.
¡Oh Glauce de mis pasiones,
Clave de mi existir sereno,
Única llave de mis prisiones,
Dame de tu ser el néctar de tu Erebo!
No cesan las sensaciones del horizonte.
Crises se opaca en soledad,
Ya no tiene fuerzas ni aliento,
Y cuando bebe el aire del norte,
Va perdiendo la celeste beldad,
Que le asistía en los bridones del viento.
Membrillos de dolor y gloria,
Reflejados en los meandros de su esperanza,
Arpa de descubierta begonia,
Que le va devolviendo sus almas.
Aparece un presagio desde Soria,
El azul del cielo es pálido,
Y un topaz recuerdo asalta la memoria,
Haciendo al pobre sol menos cálido.
Halia ha muerto en los brazos del mar,
De ha llevado toda la paz,
Y el corazón
De quien la llegó
A amar.
Desdicha y pena de blava faz,
No asiste a cualquiera,
Ni se ha visto jamás,
Cuando los sostenidos hablan de primavera,
Y las ansias vuelven al mar.
Tristeza aguda e hiriente,
Y égloga es el destino,
Cuando Heos es beso de congoja;
Cruel silencio de los mirlos.
Chamarices ocultos donde nace el llanto,
Y las planicies ocultan sus cantos,
Con un mustio y verde manto.
Dispuesto agora el pastor al verso,
Colmado de la herida invernal,
Y entre magnolias hay un suspenso,
Que se extiende hasta el madrigal.
-¡Ea, aciaga infamia de muerte,
Nacida del duramen de los ébanos,
Donde poco se siente,
Tu voz entre los cielos!
¡Matadme a efímera efigie,
Sombra de diamantes y ópalos,
Dioses de las aras y lares,
Y de aquí al Ródano,
Llevadme a vuestro mausoleo de tardes!
Halia no has muerto aun,
Porque tengo tus ojos en los míos,
En la esencia de los estíos,
Y en la piel del hado azul.
Te asisto con laureles en la ausencia,
Y cuando crece entre turmalinas tu voz,
Me materializo en tu presencia,
Cual tálamo libre de resol.
¡Oh Halia de mi ser eres,
Himno de turquesas y claveles,
Resuello límpido de estos vergeles,
Allende el tiempo vuelve a fenecer!
Rebaños de alborozo y más candor,
Eres el crespón entre Gea y la estepa,
Estrofa de robles en la mano del sol;
Y cuando amanece luna llena,
Abrazas las llanuras en pleno albor.
¡Despertad azucena de mi lira,
Mece los esteros y los campos,
Como cuando de mistrales vivían,
Todos tus requiebros en mi mano!
Y llama a los corceles de la melancolía,
Permitid mi llegada en la eternidad,
Y vuelve a ser melodía,
En la aulodia del horizonte terrenal.
Desde Duliquio a Crocilea
Envuelta en pétalos de silencio,
Cae y besa al cielo la marea,
Partiéndose cual eco adusto y ebrio.
¡Llévame Halia a tu aposento de rubíes,
Donde abundan flautas y clarines,
Allí donde sois la patria del todo,
Ubérrima entre lechos de oros!
No hay vida Halia entre mis sueños,
Entre blanquecinos collados e higueras,
Donde afrutadas las penas,
Se confunden al aire con tus yemas.
¡Atiza en mi pecho tus rosas,
Esas de ósculos perfectos,
Aquellas bermejas,
Que creman mis versos!
¡Halia mía!
¿Por qué has muerto?
Si yo te quería,
Con tus alas y desiertos.
Ya no hay veredas de calma,
Ni sosiego o solaz,
Pues tu luz tan alta,
Prefiere su aurora desarmar.
¡Oh pesar y eterna herida,
Pieza fina de azafrán,
Serás ánima y rima,
Y voz sempiterna en el ancho mar!
Fenece mi arpa y se quiebra el plectro,
Tras los ajuares del cielo y su bruma,
Como cuando tuve tus besos,
Perdidos corifeos de la lluvia.
¡Amor de ojos azures y lisos,
Clave cierta y locuaz,
Que dóteme de eneldos y ríos,
Y entre ellos me consoló al llorar!
¡Halia!
Mi aire de soledad es frío,
Y no tengo abrigo sin ti,
Pues cuando la tragedia pernocta,
Ebulle el hastío,
Y me marchito cual vid.
¡Oh valles, vergeles y colinas,
Áureas fueron con razón,
Pues cuando del don se acuna,
La gracia es del corazón,
Es oráculo de dudas,
Rendido a la básica emoción!
Aquí bajo sol y silencio,
Entre lágrimas y bajeles,
Que marchitos me vuelven a tu ausencia,
Y al vano celo de los vergeles.
Poco soy agora sin fulgor,
Sin preclara vehemencia,
Sin tu voz clara de firmamento.
¡Devolvédmela argentado cielo,
Dueño de desaparecidos amantes,
Y custodio de los vírgenes velos,
Que manchados yacen entre coribantes!
Aleve ardid de desesperanza,
Me devuelve este sufrir,
Que sin más que dilación
Y negras albas,
Me verá pronto morir,
Como aquel que ama,
Y en el pesar encuentra su fin.
Llora y se opaca en sollozos Heos,
Y resuena su congoja procelosa,
Con un primor herido,
Entre abedules y llanuras solas.
Que procaz y lastimero suplicio,
Ha quedado prendado en la columna del manantial,
Y como aire tremolante,
Pasa y fenece entre sus quicios,
Cual ruina de pueril arte,
De desconsuelo nace el felón vicio.
Incólume asistencia de cierzos,
Ya casi entre bajeles y estrellas,
Bajas y de ebúrneos tiros,
Cual sangre en el cáliz su seña.
Égida arboleda de magnánima voz,
Llevada entre aurigas terrenas,
Que aclaran y marcan amor,
Como dádivas se vuelcan en las penas.
Lejana Glauce, dormida Halia,
Bellas y eximias entre los mortales,
Aún llorada una, entre la Galia,
Aletargada la otra entre cristales.
Propicio es tiempo y así pertinaz,
Ya que ofrece gloria,
Más de igual modo cede mal,
Que atizona en la memoria,
Reflejándose autumnal.
Versa Crises entre la pradera dormida,
Y ya casi se extingue Heos,
Con sus flores marchitas,
Y sus truncados deseos,
De efluvios y brisas.
Incoara nueva lluvia sus ínclitos besos,
Entre nardos y roquedas,
Vuelve Crises con sus rezos,
Atenuando un tiple entre sus piernas.
¡Oh gentiles desmanes y ánimas,
Que os cruzáis con desdén,
Casi trémulos e inauditos,
Con sus broncíneas ramas, y su soler!
¡Denodados montes de agreste alcurnia,
Heraldos verdes de mi cuita roma,
Inspirad al sino la grave tertulia,
Que os dispone en proterva hora!
¡Oh Glauce,
Más no he de añorarte,
En la distancia de Nísiros a remilgar,
Cual sombra aludida por el relámpago y su esmalte,
Cuando rompe a mármol de la costa el lar!
Aún eres más dulce que la ambrosía,
Más tenue que el ocaso de Medea en el horizonte,
Bañado cabalmente con nísperos de melancolía;
Eres Glauce en mí sacro el nombre,
Del jaspe al bordado de mi endecha fría.
¡Subid los pasos al Cilene,
Y abrid mis ojos al cerúleo firmamento,
Que sobrepase tu voz a Ceres,
ofreciéndome a tiempo la paz de tu mandamiento!
Vestigio de Hermes, argéntea hoz,
Toca tu arpa en mi vera,
Troca en laureles los rayos del sol,
Anudados con la diva rueca,
Y bebiendo las aguas del Celadonte,
Exornado de fuentes,
Que debieron su nombre,
A los suspiros y fuertes,
Nacidos del monte.
¡Oh icor de nefasta zozobra,
Que a mi ser conmueve tensamente,
Cuando cae y perece la nota,
Que me frisó su simiente!
Páramo entre mis tambos grises y señeros,
Padecen mis prados en tristes otoños,
Pues cuando tuve sus cetros,
Asistió a mí el cruel desengaño en el Asopo;
El de los agudos metros,
Que me birlaron su estela de oro.
¡Oíd Glauce como os imploro!
Y sabed que el cenit oculta,
La aciaga verdad que lo es todo,
Cuando estás lejos de mi turbada ruta,
Que habrá de llevarme solo,
A los brazos de la redención pura.
¡He de morir por esta pena intensa!
Y solo así, apartaré la mano perversa,
Que me oblitera entre cruces de fe muerta;
Así pues me entrego ya,
A tu dorada y ebúrnea puerta,
A morir,
Mientras otro te sueña.
Ha clavado una flamíguera saeta en su pecho,
El Apolo conmovido,
Con tan letal efecto,
Que bríndole el sempiterno olvido,
Muere Crises, muere amante,
Entre dalias y rosas,
Que llegarán a llorarte,
Como fieles esposas,
Cubiertas de orquídeas y tardes.
Cúbrese entonces el bosque de un silencio,
Los cirros se alejan del seno de Venus,
Como simples serventesios ebrios,
Que dan paso a un azur Angelus;
El crespusculario de los duelos recios.
Culmina la noche con los amores distantes,
Y así amanece lejos,
El otro pastor de versos,
Pronto a desfallecer por ser amante.
Y suspira entre sauces su perdida
Envía un aire alado a sus penas,
Al borde de Epea,
Al centro de Antea,
Donde la azur tilita en duermevelas,
Con sus sazones más reas.
Oscuro es el dolor cuando llueve,
Y más cuando son desamores,
Que en la tibia lontananza se mueven,
Casi a tiempos con fragores.
No hay sitio en el Hades para los sublimes,
Solo blanco real y alto,
Solo eternidad bramando en sufrires,
Que no son los que tanto,
Se aman cuando se vive.
Murmustia está la pradera casi fría,
Con los sollozos del mediodía,
Que sobre llanos y sendas,
Van callando de los tiples las cuerdas.
Y así entre tanta angustia,
Salta un cascabel en el manantial,
Una risa etérea y celestial,
Que resuena en el agrio ocaso parcial.
Bandas de zafiro y azucena,
Al compás del olor del madrigal,
Van abriendo una estela,
En la baja umbra del sitial.
A su paso crecen geranios y pasifloras,
Y se intuye bizarra la paz,
Que refracta armonía entre rocas,
Y devuelve la vida al lugar.
Llenase el prado de flora,
Mueren los nimbos del sol,
Y florece una nueva hora,
Que inspira del cielo el amor.
Simple amor de los amantes,
Vuelve sin barreras, sin control,
A devolver el antiguo arte,
Que entre la ausencia murió.
Ahora el centro del campo se enciende,
Y opaca el sinople el rubor,
Y es que desde magnolias viene,
El concreto de la hermosa flor.
Glauce beldad divina,
Asiste saltando entre albas,
Con la lira de su verdad,
Y envuelve a Heos con magia.
Sus ojos son ámbar floral,
Y canta cual ángel o zinnia,
Mientras en natura vaya a enamorar,
El herido espíritu de Erinias.
Resplandores en cierzo agreste,
Coronan sus sienes laureles,
Y sus labios turgentes,
Se mecen,
Con infinita dulzura tenue.
Eolo despeja el firmamento,
Se desvanece la soledad imperante,
Y ha tomado Glauce del cielo,
Un cirro en baja parte,
Con el que ha secado el llanto,
Del sufrido Heos,
Que agora se consuela en su regazo.
Se acerca a ellos el divino Eros,
Entre abisales de huertas y denuedos.
Glauce toma a Heos en sus brazos,
Y lo duerme con un beso,
Llevándole entre el feliz pasto,
Donde el idilio es terso.
Y se acerca un mirlo a la escena,
Lleva su esencia perfecta,
A la arboleda,
A la eterna senda,
Donde solo existen los amantes,
Donde no muere el amor,
Donde siempre azur será el poema,
Sin que perviva bajo el sol,
Estros de infame anatema.
ROGERVAN RUBATTINO ©
http://www.rogervanrubattino.com
Comentarios & Opiniones
Caballero encuentro lo vuestro cubierto de calidad en todo elemento; abstracto arte sobre el lienzo.
Un placer encontrar verdadero arte en esta comunidad.
Reciba mis cordiales saludos de paz.
"Retamas de hojas áureas,
Vibran por solares,
Por los lejanos mares,
Que dormidos no besan la foresta."...
Un corro de lunas Dama Azul, mis dignidades siempre contigo. Muchas gracias por tu pertinaz apoyo, laureado de siempre!