VICKY

VICKY
Vicky era caótica.
Surgía de ningúna parte con
su cola de caballo y sus vaqueros
raídos, blusa desabotonada y una
sonrisa desafiante.
Un día llegaba tras dos horas de espera y
al siguiente me esperaba ella fumando
su quinto cigarrillo sentada en la acera.
Siempre sonreía y me acercaba los
labios cerrando los ojos. La besaba leve.
Era también un torbellino que
me ponía el día patas arriba.
De su enorme bolso de piel
Sacaba fotos, agendas minúsculas, hojas
arrugadas y garabateadas, caramelos de
menta, cigarrillos y siempre un libro.
Hacíamos café negro y tocaba la guitarra.
Cantábamos a dúo en inglés y tras
Don McLean o nuestra versión de Nina Simone
me hacía el amor, me dirigía con frases de fuego
hacia su magma generoso. Me arrasaba.
Eran dos o tres horas en que el sexo nos
daba cobijo. Ella solía llorar tras el placer.
Yo le besaba el cuello y los labios y provocaba
un estallido de pasión que inundaba la estancia y
los corazones.
Tras el encuentro tornaba su sensualidad en
frenesí. Cenaba hasta hartarse y se iba de copas
siempre sin mí y nunca sola.
No me atrevía a preguntarle por sus ausencias de mí.
Me sellaba los labios su mirada de mercenaria.
Pétrea. Campo de minas.
Vivimos así cinco años hasta
Que una tarde inimaginada
su rostro delató un hundimiento.
Permanecí en cubierta tocando mi
violín y sin reproches, me hundí con
Mozart en si bemol mayor.
Un estúpido POR QUÉ me sobrevivió.
Y una caracola y un caballo marino.