Flor de Arará

Todos visitaron el jardín
sorprendidos…
Aquella mañana de sol y
1 y 00-+ -+
había hecho florecer el
espino de Arará.
Con toda su vitalidad,
con toda la fuerza del color,
fucsia, violeta, magenta, blanco
plateado de bordes dorados,
orgullosamente danzaba al viento
monzónico, la preciosa flor de Arará.
Los acróbatas de los vientos y los aires
no terminaban de festejar y aplaudir,
querían embriagarse con tan dulce festín.
Era la misma, si aquella,
que diseca olvidaron llevar
en su improvisada barca,
los niños náufragos y
sus madres viudas,
que sobrevivieron al
ataque de humo líquido
de su amada Siria.
Una década de espera
para ver junto,
tanto color y belleza,
para inundarnos de su resplandor,
con tanto miedo acuestas,
con el horror eritreo
con la sequía somalí.
Era el milagro de Alá الله
que en sus escritos
tanto anunció el Corán القرآن.
¡Oh Mahoma مُحَمِّد! profeta del islán,
hoy el Mediterráneo,
se sembró de Arará
doloroso contraste,
que ha hecho
que a su amado Jesús خيسوس,
le lanzasen una oración
con toda su devoción,
griegos e italianos,
creyentes y paganos,
cuyo eco como lanza
atravesó el mismo océano,
el mar Tirreno y eritreo,
el mar Somalí,
el mar Sirio, para….
finalmente...
ocultarse tras las olas,
con el delicado cántico,
con el suave arrullo,
del delfín y la ballena,
llevándose la tenue
fragancia que otro viento
regresará...
la promesa de Arará.