CARTA DE UN CUERPO MARCHITO

Son tantos días desde que te fuiste,
apresurada,
llevándote la alegría, llevándote mis ansias de vivir;
Aun hoy escucho el latir de tu pecho,
Cual murmullo de un adiós.
Son tantos días desde que te fuiste, tantos, acaso me habrás olvidado...
Es verdad, al amarte tuve vida
y al dejarte ir quedó solo desolación; tantas veces sigo amándote, tanto…
Pensé que las mañanas y atardeceres curarían el dolor de no tenerte,
que mi vida traería un verano y su calor el olvido del otoño que pasó.
Ya no estás más, y de vez en vez escucho tu voz en labios lejanos
y busco tu sonrisa
y busco tu mirada
convenciendo a mi alma que la vida ya no es más así.
Los amigos me dicen que estoy mal, que esto no es normal;
me dicen que nunca te conocí,
que es mi imaginación quién te dio vida y te dejó ir.
¿Cómo puede ser así? Cómo no conocerte, si aún conservo tu imagen,
el tiritar de mi cuerpo al sentir el tuyo y el calor de tu brazo al caminar.
Mienten y seguirán mintiendo,
buscan convencerme que tu ser nació en mi mente,
que mi aliento te dio vida, que jugué en el barro a moldear tu ser;
no es así, no;
no entienden que sólo soy el madero ya casi marchito,
quien en un día cualquiera entregó un adiós.
He de convencerlos que tu naturaleza es divina y así te amé…
Y te amé y te amé y te amé, tanto, tanto, tanto
como el cielo de tantas tardes que se dibujaba en tu mirar.
Ya son varios días, tantos, que mi recuerdo se hace recuerdo
y mis manos, cansados, dejan de escribir en cada anochecer,
la tinta de mis palabras se desvanecen, perdiéndose en el umbral del ayer.
Aun así tus pasos siguen un rumbo eterno, alejándose cada vez más.
¿Volverás? Algún día volverás…
Te sigo esperando, en cada distancia, encerrado en esta locura que es estar sin ti.