Acalorado
poema de Evaristóteles
Sediento aquel anciano
imploraba un sorbo indiscriminado de cualquier bebida.
Caminaba bajo las brazas de un sol nutrido, que hacía destellar la grasa
y el sudor de su viejo cuerpo. El asfalto ardiente hostigaba sus pies cansados,
ya jadeando,
se atragantaba de aire caliente,
hasta que un cielo piadoso
colisiono las nubes.