Torre de Babel

Oigo repetir con frecuencia tal
a ciudadanos políticamente correctos
que la multitud de idiomas o dialectos
son una enorme riqueza cultural.

Serán una riqueza, no lo dudo,
pero desde el punto de vista racional
nos han hecho a todos sordomudos
y complicado la vida sin igual.

Por eso yo defiendo lo contrario
y con asombro miro a esta torre de Babel
convertida en una lucha sin cuartel
y me salen enemigos del armario.

Imaginaros en un planeta que existiera
hablando todos el mismo idioma por igual,
donde un niño chino hablar y jugar pudiera
con otros niños de Estambul o Senegal.

La comunicación eliminase las fronteras,
sin su manipulación como diferencia singular,
a los medios todo el mundo comprendiera,
y hasta los políticos se entendieran al hablar.

Siempre basado en mi modesto parecer
las diversidad de lenguas tiene su razón de ser
en la obsesión que tenemos los humanos
para de otros convecinos así diferenciarnos.

Este es, pues, en conclusión, mi humilde canto
a aquel iluso intento de introducir el esperanto,
-ingeniosa idea loable donde las hubiera-
aunque intento vano, pues en un tris tras cualquiera
utilizaría este dialecto con nombre y forma diferente,
cambiando cuatro signos o añadiendo muchas eses
para así dar satisfacción a sus propios intereses.