La Cicatriz de la Noche

Bajo el farol que escupe luz de opio,
mi alma, un espectro de ajenjo y hastío,
te busca en la taberna, flor de mi delirio,
con la sed de un vampiro en el labio sombrío.

Tus ojos, dos abismos de absenta y pecado,
me atraen al vértigo de tu carne impura,
donde el deseo, reptil enroscado,
desgarra la seda de mi cordura.

Tu aliento, perfume de opio y violeta marchita,
enciende en mis venas un fuego letal,
y en la danza obscena que la noche incita,
mi lengua, mendiga, busca tu manantial.

Tus senos, dos lunas ebrias de sombra y deseo,
me ofrecen el cáliz de un néctar prohibido,
y en la fiebre oscura de este lúbrico rodeo,
mi boca se pierde, por siempre perdido.

Tus muslos, altares de un culto pagano,
me invitan al trance, al éxtasis cruel,
donde mi carne, con ansia de tirano,
se hunde en tu abismo, mordiendo tu piel.

Y en el estertor de la noche vencida,
cuando el alba vomita su luz sin piedad,
quedará en mi alma, como eterna herida,
la cicatriz roja de tu fugaz piedad.

Porque tú eres la sombra, la fiebre, el veneno,
la rosa de carne que marchita mi fe,
y yo, tu poeta maldito y obsceno,
te amo en la culpa, hasta el último café.