El Río de la Melancolía Lunar

La luna, perla blanca, flota en el cielo nocturno,
Majestuosa y serena, reina de la penumbra.
Reflejada en el río quieto, plata temblorosa,
Un espejo fiel de un alma que vaga en la sombra.
Un suspiro de viento, suave como un recuerdo,
Roza los sauces llorones, ramas que el tiempo ha doblado,
Llevando consigo ecos de veranos pasados,
Murmullos de risas que el ayer ha olvidado.

Las cigarras cantan su efímera canción,
Un coro de voces que el estío les regala,
Mientras las sombras danzan en el jardín enmudecido,
Siluetas fantasmales que la noche amamanta.
¿Dónde está el amigo que compartía esta vista?
Aquel que con su presencia el alma me alegraba.
Solo el eco del silencio responde a mi corazón,
Un vacío profundo que el alma no soporta.

La escarcha cubre ya las hojas de loto,
Cristales efímeros que el frío invierno anuncia.
Un sueño fugaz, como la neblina matinal,
Se disipa con el primer rayo del sol naciente.
Así mi alma, entre la luz y la penumbra,
Busca consuelo en el fluir del río eterno,
Donde la luna y las estrellas le susurran
Secretos de un tiempo que no conoce el retorno.

La niebla se alza lenta desde el valle dormido,
Velando las cumbres, borrando el sendero.
Un farol solitario, en la aldea escondido,
Parpadea su luz, un tenue lucero.
Mis pasos se pierden en la senda rocosa,
Bajo el velo opaco de una noche sin fin.
El incienso quemado, su esencia olorosa,
Se eleva en espiral, como un ruego sin voz ni latín.

El té, ya frío, en la taza de porcelana,
Refleja el contorno de mi rostro pensativo.
Las montañas ancestrales, siluetas lejanas,
Guardan secretos de un espíritu cautivo.
En la seda bordada, un dragón ancestral,
Parece cobrar vida bajo el pálido influjo.
Un suspiro profundo, un anhelo inmortal,
Por la paz que se esconde en el tiempo del flujo.