¿QUIÉNES SOMOS O CREEMOS SER?

poema de NGpoeta

“…digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio…”
La frase anterior, es una porción de un versículo bíblico que pueden encontrar en el nuevo testamento en Romanos 12:3. Hago referencia a este texto porque ha calado hondo en mi corazón y se quedado grabado en mi memoria. La razón por cual digo esto, la entenderán luego de leer estas vicisitudes.
Esta mañana, desperté como cada día y comencé a leer una novela, cosa que de costumbre hago en mis ratos libres. Al rato me levanté para bajar al primer piso de casa, no sin antes ver a papá que estaba con la puerta abierta de su cuarto revisando videos como casi siempre lo hace. De pronto asomé mi cabeza y fue tal mi asombro al verle llorar de una manera muy sentida que lo único que pude hacer fue acércame a él y abrazarlo. Pasaron muchas cosas por mi cabeza, en primer lugar, miedo:
-No! De seguro cometió un error y estaremos en problemas!-Me dije.
-Lo más probable es que nada bueno sea!-Pensé asustado.
A decir verdad nada de aquello había sucedido. (Gracias a Dios)
Tenía a mi padre abrazado. Mientras le acariciaba por la espalda.
-Papá, ¿Qué pasa?-Pregunté.
-No es nada malo-Respondió.
En ese momento me quedé tranquilo y sentí una sensación de alivio indescriptible, era como un descanso interno de saber que lo peor no ocurriría.
Ese fue el instante en el cual comenzó a contarme las razones del porqué de aquellas lágrimas:
-Hijo estaba viendo este vídeo.
-¿De qué?- Contesté pensando en aquellos vídeos que siempre suele ver y no me equivocaba. Comenzó a relatar el contenido de aquel video, diciéndome:
-Vi un vídeo que se trataba de un restaurante al cual entraban muchas personas y entre ellas entraba un mendigo. A toda la demás gente “común y corriente” bien vestida, ordenada, limpia, con recursos, le atendían correctamente. La atención para ellos era la mejor, buen trato, buenas palabras, como debiese ser para todos los clientes. Al entrar el mendigo la cara de todos mudó su expresión de comodidad a asombro, de normalidad a desprecio y hasta molestia se dibujaba en los rostros de quienes eran más delicados, y en el fondo, discriminadores. La verdad me dio una pena enorme al ver esta situación, y me puse a pensar en cuantas veces nosotros somos así: pasamos por al lado de un alcohólico, un mendigo, de forma tan indolente, tan indiferente. Nos quejamos teniendo todo, nos ayudamos entre nosotros sin preocuparnos de nadie más…
Mi padre continuaba su sentido relato y yo le escuchaba y comentaba algunas cosas al respecto, reflexionando y compartiendo plenamente el argumento de su discurso.
Luego de aquella conversión con mi padre, que prosiguió hasta acabado el desayuno, quedé pensando en mi corazón algunas cosas que considero muy importantes.
En primer lugar, muchos de nosotros nos pasamos la vida queriendo alcanzar sueños, metas, persiguiendo el alcanzar la pertenencia de un sin fin de bienes materiales, lo cual está muy bien, pero me he dado cuenta de que muchos de nosotros nos hemos vuelto seres consumistas y además inconformistas: queremos más y más, nos desvivimos por aquello, y no valoramos lo que tenemos, somos desagradecidos, pareciera que nunca es suficiente.
Parece ser que con la llegara del capitalismo y el consumismo presente en toda la sociedad, todos competimos por la mejor casa, el mejor vehículo, ninguno de nosotros queda bien si se le percibe como “menos” que el otro. Nos hemos vuelto materialistas y superficiales. No está mal, repito, el querer alcanzar cosas, pero creo que el problema radica más bien en que la intención de nuestro corazón es incorrecta, me explico, queremos acumular para aparentar muchas veces, y miramos en menos al otro. Ya no pensamos en el otro, sino en ganar esta estúpida competencia del tener y tener y aparentar ser lo que no somos.
Atravesamos las calles de la ciudad, apurados, ignoramos quienes están a nuestro alrededor. Ninguno de nosotros puede decir que nunca ha visto a algún personaje pidiendo dinero en las calles porque no tiene trabajo, o un alcohólico destrozado por las garras del demonio de la bebida, o un mendigo que simplemente llegó allí quizá por qué razones. El problema es que emitimos juicios que no debiésemos emitir y pensamos cosas como las siguientes:
-“No tengo”.
-“Qué pena”, y seguimos nuestro camino con indiferencia.
-“Que trabaje”, reconozco que esto lo he pensado yo, tristemente.
Etc.
Pero yo quiero invitarte en esta hora a pensar en las razones del por qué esas personas llegan a vivir en ese estado, en el cual lo han perdido todo y la esperanza que tienen es casi nula. No es casualidad que estén allí, ni creo que nadie llegue a esos lamentables y dolorosos estados así como así, por efecto de la casualidad. Es indudable que esos personajes tienen un corazón y, es más, un profundo dolor en él, basta acercarse a ellos y hablarles para notar en ellos una voz y unos ojos que solo hablan de profundas heridas en sus corazones maltrechos, y por lo general, de una nobleza enorme. No debemos olvidar que son personas como nosotros! Yo me pregunto: ¿Cuál es la razón por la que un mendigo no puede entrar a comer a un restaurante, más encima pagando? Quizá el problema es que pensamos que es menos que nosotros por el hecho de estar sucio, maloliente, qué se yo. Quizá para el restaurante le significa una afección en el prestigio: pensamos nuevamente en lo superficial. Ese es el problema en el que hemos caído: juzgamos, criticamos, emitimos opiniones sin saber del dolor que sienten aquellos que lo han perdido prácticamente todo y hoy sufren por las noches, sienten el frío mientras nosotros dormimos plácidamente, pasan las navidades solos, mientras estamos en familia, y cada año nuevo que asoma es como una daga que clava el alma.
Pero no. Nosotros seguimos compitiendo por ser el mejor, por tener más, por el estúpido qué dirán…
En segundo lugar, quisiera que nos preguntáramos: ¿Quiénes somos? o, más bien, ¿Quiénes creemos que somos? Parecieran ser preguntas muy fáciles de responder, sin embargo, hilando fino nos damos cuenta de que no es tan así: me he dado cuenta de que muchas veces tenemos más alto concepto de nosotros mismos que el que debiésemos tener, nos creemos la gran cosa, no siendo nada. Miramos en menos a los demás, peleamos por la gloria, el aplauso y el reconocimiento de los hombres. ¿Por qué nos duele tanto la crítica? Simple, porque muchas veces nos incomoda la verdad, nos duele asumirla. Tenemos el corazón lleno de orgullo, que no somos capaces de aceptar que estamos equivocados, que no somos los dioses que creemos ser. Creo que la humildad es hermosa cuando es genuina, y real, (no me interesa el tópico de la falsa modestia). ¿Cómo sería el mundo si aprendiéramos a honrar a los demás, a no ser tan orgullosos, a reconocer la gracia en otros? Quizá sería un poquito mejor el mundo si dejásemos a un lado el orgullo, la vanagloria, el querer figurar, el querer ser reconocido, el implacable deseo de darse importancia.
Deja que los demás reconozcan tus virtudes, talentos, capacidades y todo lo bueno que tienes y que eres, deja que se note. Los hechos hablan por sí solos. No seamos indiferentes al dolor ajeno, ni pretendamos ser más de lo que somos. No hay necesidad de ello. Personalmente, creo que estoy al debe en ello, tengo mucho que cambiar, que pensar, que mejorar, pero estoy convencido que es el camino que debemos tomar.
Finalmente quisiera preguntar:
¿Quiénes somos? ¿Quiénes creemos ser?

Los Ángeles, 11 de Diciembre, 2018

MI VIDA HASTA ÉSTA HORA.

Comentarios & Opiniones

Rafael Abril

Excelente reflexión, no somos ni mas,ni menos que nadie.
Un gusto leerle

Critica: