Diógenes y Alejandro

poema de Quiplato

Cuenta la leyenda
que en la antigua Grecia,
en la ciudad de Corinto,
sucedió un hecho
digno de ser recordado.

Había llegado al pueblo la noticia
de que Alejandro Magno,
rey de Macedonia
y conquistador del mundo,
iba de paso por la ciudad.

La nueva sacudió a la metrópoli,
las calles se colmaron,
la gente fluía como río desbordado,
y el ruido de la muchedumbre
era ensordecedor.

El pueblo impacientemente aguardaba,
el gran rey se hacía esperar,
los corazones no aguantaban más,
hasta que subitamente a lo lejos,
montado en Bucéfalo, divino caballo,
el rey de rubias melenas
y armadura de numen
apareció.

El populacho se conmovió
y el agora se estremeció;
el rey parsimoniosamente
por la calle avanzaba,
acostumbrado ya a tales recibimientos; mientras,
los incrédulos ojos
fijaban las miradas en aquel rostro
que parecía bajado del mismo olimpo.

Todos se agolpaban alrededor de él
estrechando sus manos,
intentando siquiera
rozar con sus dedos aquel cuerpo,
como si del mismo hijo de Zeus se tratara.

El sol imponente gobernaba la boveda celeste,
y entre la turba había un hombre llamado Diógenes,
cuya fama se había expandido
por toda Grecia hasta llegar
a los oídos del mismo Alejandro.

Era un hombre despojado
de todo bien terrenal;
su única pertenencia era una tinaja
en la cual yacía depreocupado
de todo el alboroto;
vestía unos sucios harapos raídos por los perros,
y de todo su cuerpo emanaba el hedor
del mismo tártaro.

Al ver, Alejandro, a aquel mendigo
aparentemente no preocupado
por su gloriosa aparición,
se sorprendió mucho,
y preguntó a uno de sus escoltas
quién era aquel hombre.
Le respondieron que se llamaba Diógenes.
Inmediatamente, el rey, se apeo de su caballo
y dirigió sus pasos hacia donde
Diógenes se encontraba.

Al llegar a su presencia,
Alejandro lo miró sorprendido
y le preguntó si el era Diógenes, el filósofo.
Diógenes posó la mirada en su rostro
sin responderle nada,
mirándolo como si fuese un cualquiera,
con una indiferencia que se palpaba en sus ojos
y en su semblante.
El pueblo no lo podía creer:
cómo osaba este pordiosero
a no responderle
al más ilustre soberano.
Alejandro, estupefacto,
le dijo:
"No sabes acaso que yo soy Alejandro Magno,
rey de Macedonia".
Diógenes no se inmutó.
Alejandro prosiguió anonadado:
"Pídeme lo que quieras,
si es oro puedo llenarte mil arcas,
si es una mujer puedo darte la persa más bella"
Diógenes nuevamente lo miró
con un sosiego penetrador y
le respondió:
"Aparta tu mortal cuerpo de mi vista
que me tapas la luz del sol"
Ante tal impertinente petición,
el rey, el conquistador,
se movió.
El pueblo estaba perplejo,
había un silencio absoluto,
nadie osaba a decir palabra.
Alejandro, pasado un rato,
ensimismado en su pensamiento,
tomó la palabra y dijo:
"He aquí a un hombre sabio,
si no fuera Alejandro
sería Diógenes"

Dicho esto siguió su camino,
mientras Diógenes, en imperturbable calma,
contemplaba el sol.

Comentarios & Opiniones

Silvia

Excelentes letras,un gusto pasar,saludos y felicidades!

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Quiplato

Muchas gracias Silvia!!!

Critica: 
Quiplato

Muchas gracias a usted Joel por comentar mis humildes poemas.Fue gusto enorme leerlo a lo largo del año.Le mando un cordial saludo y que pase unas muy felices fiestas!!!

Critica: 
Mariposa en vuelo

Muy buena reflexión para meditar, cariños...

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