Sin tregua

poema de Nenúfar

Te informo que mi piel
ya no la siento,
desde que tu no pasas por ella
se va deshilachando lento.
Ayer me vi los dedos de tus manos
como palmos,
dibujados en mi espalda,
después de mirarlos fijamente
bajaron en junta hasta mis nalgas,
creo que estuvieron allí
desde que te fuiste siendo ráfaga.
Menudo descuido el tuyo
dejarme tus pulgares huesos
y largarte con mi alma.

No recuerdo bien tu pecho
ni tus piernas o tu cuello,
pero ese arete que traías
como juguete de niño viejo,
me ha marcado
como si fuera forjado al fuego,
en la lengua, en los labios
en la saliva que me sabe a metal
¡Dios! Que delicia ser tu selva natal.

Aquella noche nos hicimos agua
que subía por las paredes
y en el alba se refrescaba.
Fogonazos,
olas rotas,
trueno,
repique de tambor,
grito hacia dentro,
haz de luz cortando
nuestra oscura distancia
y su estupor.

La muerte en tus ojos hundidos,
tus besos como balas de ternura,
solté mi peso, mientras susurrabas secretos
a lo largo de las vértebras de mi llanura.
Y floté luego hasta tu cintura,
tu nuca, tus plegarias.
Dos pinos, juntitos se mecieron
como las nubes sobre las montañas,
y tus ramas me abrazaron,
con mis frutos se enredaron,
la noche se abrió y mi cuello le siguió
bebiendo de mi savia, saciaste tu lascivia.

Tengo imágenes de tu mirada
teñida por la penumbra
y tan diáfana como el sol de Baruta.
Mis senos ¡ay mis senos!
gravitan por la casa
buscando tus uñas, tus dientes,
la complicidad entre tu tacto,
mi camisa y mi vientre.

Cuántas cosas le habrás escuchado
a mis mudos gemidos,
que parecía que me hablabas
Cuando ya te habías perdido.
Tan pocos fueron nuestros momentos
Que para escribir mis historias
Me caben en un solo recuerdo.
Chuao, Caracas, Bogotá…
Solo tengo este poema
y tus sonidos caribeños
que se repiten en mi cuerpo
como advertencias de mi soledad.