Sentencia Final

Y estas son mis últimas palabras, las que mi alma moribunda resoplara, donde quizá un desdichado las oiga y las haga estallar, será hasta entonces cuando pueda apreciar en el universo, la historia de dos seres que se amaron tanto, hasta el amor profundo, hasta el egoísmo, hasta el desespero, hasta el odio y hasta el olvido.

Noche tormentosa que agoniza en mi alma, que un astro divide en dos caras, claridad y tempestad; tu alegría y mi amargura; y en el horizonte se clavan matices de júbilo, es donde el gran espejo azulado refleja tu corazón que con júbilo festeja el desamor; pero a oscuras corren desconsolados los ángeles de un lado a otro, llenos de papeles en sus manos, tropiezan creando rayos, quieren cambiar el destino.

De mi alma incolora viajan grises ápices que embarran la blanca lana del cielo y la transforman en nubarrones grotescos que expulsan mis lágrimas y caen sobre mí, me empapan de recuerdos y anhelos, de realidades improbables, de consuelos inútiles y contratos rotos.
Y ahí es cuando mis ojos se cierran a este mundo y se quedan en la órbita del nuestro, que rodeaba mi alma, allí donde tú y yo éramos felices en una leyenda que parecía terminar y se reiniciaba volviendo el mito en realidad.

A mi andar toda planta se trasforma en copihues y tienen el color rosado de la camisa de aquel día de lluvia muy diferente a este, donde pinté tus labios del color de los míos; tras el recuerdo tres destellos rojos, hijas de la tierra se inclinan a leer mi amarillenta hoja y se descuelgan para no seguir viviendo empapadas en el néctar de la amargura.

Y corres salvaje cual roedor lleno de ternura por el campo, viajera errante y orgullosa cuyo destino encontraba el ocaso de su orgullo, cuando ya necesitada de amor, corrías a mis brazos por socorro, por protección, siempre sabida que jamás ellos se cerrarían para ti.

Y cuando te buscaba te escondías y risas salían de tus labios por mi desesperación, por ese suelo que se movía bajo mis pies, por esa soledad con aires de meretriz que se iba cada noche para dejarme a merced de tus recuerdos; no oíste jamás mis gritos, mis llantos, no entendiste el silencio de mis labios necesitados de tu carmesí.

La tormenta de mi alma, de mis locuras destruyo nuestra isla, aquel lugar apartado de alimañas, fue cuando caí a las aguas agarrado de tu mano, desconsolado y tu sin esperar te soltaste, fuiste tras el capitán salvavidas y yo al verte salva, decidí ahogarme para siempre, en este mar, nuestro mar...

Al fin en esta tarde de oscuridad, fue la última vez que te vi, corriste lejos, cual gacela en libertad, te perdí el rastro para siempre, y en cada respirar se me escapa tu risa que abrió la celda de mi corazón para fugarse con otro amor.

Saltaste las montañas y te subiste en la estrella más baja y te llevaste mis primaveras, las flores, el color de mis ojos, mi poesía, mis canciones y las llaves de mi libertad; Me dejaste escribiendo sobre este largo invierno; Y se cubrió el cielo con mi tristeza, porque todo mi amor se oscureció y se derramo sobre ti como amarga savia.

En mi desespero lloré por nuestra muerte, porque siendo jóvenes maltratamos cuantas veces la ilusión y la esperanza, pero con nuestra sangre la levantamos ¿Cuántas veces? Mas llegó la tarde sin estrellas, sin ti mi luna, donde te entregué a ti y a nuestro amor toda mi sangre y mi alma, cada paso que di en tu tierra; pero dime ¿qué hago amada mía o extraña de otro?, ya no despierta, ya no se mueve; Se fue el tiempo, mis lágrimas oxidaron el ancla que me ataba a tu corazón y para siempre esta vez, llegó la hora de partir.

Para ti y para ninguna otra, todas las estrellas del cielo, las canciones de amor y mi poesía desgarrada, inútil y descuadrada; Desde ayer, desde hoy y para la eternidad, todo es para ti.